miércoles, 29 de febrero de 2012

MARCELINO PASCUA MARTÍNEZ Y LOS ANTECEDENTES DE LA SANIDAD PÚBLICA EN ESPAÑA

El siguiente artículo es del profesor de la universidad de Alicante Josep Bernabeu y nos hablará de Marcelino Pascua Martínez (Valladolid, 1897-Ginebra, 1977), médico español especialista en epidemiología y que fue director general de sanidad entre 1931 y 1933 y, más tarde, el primer embajador español en la URSS entre 1936 y 1939.


Este doctor vallisoletano, afiliado al PSOE y diputado por la provincia de Las Palmas en las tres legislaturas republicanas, además de destacar por ser, en su etapa de diplomático, uno de los más brillantes miembros de la carrera diplomática española y por constribuir a desmontar, a través de la documentación que entregó al ministro de Exteriores franquista López Bravo, el mito del oro enviado por la República a Moscú, un brillante reorganizador de la Sanidad estatal del país. Preocupado por garantizar a la población las condiciones higiénico-sanitarias más básicas y la atención sanitaria gratuita y universal, Pascua y su equipo, a través de la dirección general de Sanidad, establecieron las bases de la sanidad pública en España, hoy puesta en entredicho.

Fuente:monografias.com

INTELECTUALES METIDOS A POLÍTICOS

El período comprendido entre el final de la Dictadura de Primo de Rivera, en los últimos días de enero de 1930, y la proclamación de la Segunda República, en abril de 1931, conoció la coincidencia de buena parte de los intelectuales del país en un propósito colectivo de carácter político. En abril de 1931, afirman Javier Tusell y Genoveva Queipo de LLano en una interesante monografía sobre Los intelectuales y la política (1990: 10-11): la intelectualidad habría jugado un papel decisivo en el colapso de la monarquía de la Restauración. El nuevo régimen nació con un elevadísimo número de intelectuales y profesores en las filas de su clase política.
La postura de Ortega (1883-1956), por ejemplo (Tusell, Queipó, 1990: 114-115), fue más allá del pugilato casi personal que había mantenido con Primo de Rivera. Su posición estaba más próxima a la de un republicanismo, estrictamente liberal, apoyado en ambientes universitarios, que se plasmaría en la Agrupación al Servicio de la República.
El manifiesto de la Agrupación, que debió redactarse en la primera quincena de enero de 1931, sólo se hizo público el 9 de febrero de ese mismo año, tras la vuelta a las garantías constitucionales que habían sido suspendidas, con la correspondiente declaración del estado de guerra, por la sublevación de Jaca. Si el proyecto de crear la Agrupación no había nacido originariamente de Ortega, el manifiesto fundacional era suyo a pesar de que las firmas del mismo (Marañón, Ortega, Pérez de Ayala) figuraban en estricto orden alfabético. El manifiesto comenzaba con la apelación a los sectores intelectuales y profesionales españoles, a quien decía estar especialmente dirigido (Tusell, Queipó, 1990: 181):
Cuando la historia de un pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos de crisis profunda, en que rota o caduca toda normalidad, van a decidirse los nuevos destinos nacionales, es obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública
Ortega, gracias a la Agrupación al Servicio de la República, consiguió aglutinar, aunque tardíamente, a un grupo intelectual de valía importantísima. Entre aquel grupo de intelectuales destacan, entre otros, el novelista Ramón Pérez de Ayala (1881-1962), el catedrático de Derecho Penal, Luis Jiménez de Asúa (1889-1970), o el mismo Gregorio Marañón Posadillo (1887-1960).
Frente a lo que representaba la Agrupación al Servicio de la República, hubo un sector intelectual que demandaba, no sólo un cambio de régimen, sino también un cambio de sociedad (Tusell, Queipó, 1990: 151-162). En este sentido se explica que estuvieran mucho más cercanos a las fórmulas socialistas que a lo que representó la Agrupación al Servicio de la República. Esta fue la posición de un Luis Araquistain (1886-1959), quien no había tenido una adscripción al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a lo largo de la mayor parte de la Dictadura de Primo de Rivera. Esta puede considerarse también, aunque en otro plano, la posición de Julio Alvarez del Vayo (1890-1975).
Conviene recordar la relación que existió entre Luis Araquistain, Julio Alvarez del Vayo y el fisiólogo Juan Negrín (1892-1956). En la primavera de 1929, el doctor Negrín, como habían hecho Araquistain y Alvarez del Vayo, ingresaba en el PSOE. Como señala Juan Marichal (1990: 87-106), dado el corto número de intelectuales que formaban parte del partido, su incorporación fue comentada tanto por El Socialista como por El Sol.
La entrada oficial del doctor Negrín en la actividad política nacional (como en el caso de otros integrantes de la generación de 1914) fue en 1931, al ser elegido diputado a las Cortes Constituyentes por su provincia natal, la de La Palmas. A Negrín le acompañaría, en la consecución del acta de diputado por Las Palmas, otro socialista, el doctor Marcelino Pascua Martínez. De hecho, fueron Juan Negrín e Indalecio Prieto quienes recomendaron a Miguel Maura, ministro de la Gobernación en el primer gabinete de la República, el nombramiento de Marcelino Pascua como Director general de Sanidad. Maura llegó a declarar, en más de una ocasión, que este nombramiento era aquel del que se había sentido más satisfecho de todos los que llevó a cabo durante su período ministerial (Moya, 1977).

LA PROPUESTA ORGANIZATIVA DE PASCUA: DE LA BUROCRACIA A LA GESTIÓN POLÍTICA

1. Los cambios organizativos en la Dirección general de Sanidad
El 15 de abril de 1931, Marcelino Pascua Martínez, sustituía a José A. Palanca en el cargo de Director general de Sanidad. En los primeros días se vio obligado a despachar una cantidad importante y variopinta de asuntos: desde el tráfico de estupefacientes y la delimitación de los partidos farmacéuticos a cuestiones relacionadas con los uniformes de las enfermeras. Quizás por ello, el 25 de abril de 1931 el ministro de la Gobernación, dependencia ministerial donde se encontraba adscrita la Dirección general de Sanidad, firmaba una orden ministerial con el siguiente contenido:
[...] a fin de que VI (Director general de Sanidad) pueda dedicar el mayor tiempo y atención al estudio de la multitud de problemas que ha encontrado planteados al hacerse cargo de esa Dirección general [...] éste Ministerio se ha servido disponer que las Inspecciones Generales de Sanidad exterior, comunicaciones y transporte, Sanidad interior, Instituciones sanitarias y Sanidad veterinaria, a partir de esta fecha, se encarguen de tramitar y resolver los asuntos de su peculiar competencia [...]
Se trataba de liberar al Director general de las obligaciones burocráticas y los asuntos de trámite y poder dedicar, así, más tiempo a la gestión política. Pascua, en una de las múltiples entrevistas que concedió con motivo de su cese ("El director de Sanidad habla para 'Luz'", 1933: 4-5), llegó a declarar que una de las cosas que más le sorprendió al hacerse cargo de la Dirección general fue la inútil cantidad de legalismo y expedientes que hay en la administración del Estado para añadir a continuación ?Cuántas veces se tiene que estampar la firma sin enterarse apenas de los asuntos?.
Hay que indicar, sin embargo, que los esfuerzos de Pascua para dotar a la Dirección general de Sanidad de los instrumentos de una administración moderna solo tuvieron su recompensa al final de su mandato. En enero de 1933, a través de una Orden ministerial, se creaba dentro del organigrama de la Dirección general de Sanidad una Secretaria General Técnica. Marcelino Pascua justificaba su creación con estas palabras: Instrumento que en realidad demuestra como absolutamente imprescindible al objeto de que la Dirección propia rinda mucho más en su aspecto técnico al suprimirle el agobio de tanta tramitación burocrática y social de casi nulo valor constructivo. Para ocupar el cargo de Secretario general de la Dirección general de Sanidad, Marcelino Pascua nombró a José Estellés Salarich (Orden ministerial de 28 de febrero de 1933).
Entre las funciones que se asignaban a la nueva dependencia administrativa figuraban las siguientes:
1. . Coordinar las secciones de la Dirección general
2. Ejercer la secretaria del Consejo Nacional de Sanidad
3. Establecer relación con la prensa política y profesional
4. Traducción de documentos extranjeros
5. Formación de una biblioteca especializada
6. Elaboración de memorias periódicas generales
De acuerdo con las funciones asignadas, dentro de la Secretaria General Técnica se contemplaban un total de cinco secciones:
1. . Registro general, información y reclamaciones
2. . Asuntos generales
3. Personal dependiente de la Dirección general de Sanidad Secretaria del Consejo Nacional de Sanidad.
4. Secretaría del Consejo Nacional de Sanidad
5. Prensa, biblioteca y publicaciones
2. Los colaboradores
El grupo de colaboradores que acompañó a Marcelino Pascua en su gestión al frente de la sanidad nacional, presentaba dos características fundamentales: su vinculación a la Escuela Nacional de Sanidad y su relación, desde la condición de becarios, con la Fundación Rockefeller2. Este último era el caso, por ejemplo, de Julio Bravo Frías, nombrado por Pascua Jefe de la Sección de Higiene Social y Propaganda y de Manuel Tapia Fernández, director del Hospital Nacional de Enfermedades Infecciosas durante el mandato de Marcelino Pascua como Director general de Sanidad.
El primer nombramiento que llevó a cabo Marcelino Pascua fue el de Román García Duran como Inspector general de Sanidad interior (24-4-1931). El nuevo Inspector general ocupaba, desde julio de 1924, la plaza de profesor de Medicina Social y Legislación Sanitaria de la Escuela Nacional de Sanidad. Hay que indicar, sin embargo, que unas semanas después, el 6 de mayo de 1931, Santiago Ruesta Marco era nombrado nuevo Inspector general en sustitución de García Duran.
Al nombramiento de García Durán sucedió, el 25 de abril de 1931, el de Sadí de Buen como Inspector general de Instituciones Sanitarias. Jefe de Sección del Instituto Nacional de Higiene y colaborador de Gustavo Pittaluga en la Cátedra de Parasitología de la Facultad de Medicina de Madrid, Sadí de Buen sustituyó en el cargo a Víctor María Cortezo Collantes, quien había sido cesado y depurado por las responsabilidades políticas que contrajo durante la Dictadura de Primo de Rivera. Sadí de Buen se convirtió en la persona de confianza de Pascua. De hecho durante las ausencias del mismo, como ocurrió en septiembre de 1931, era el encargado de asumir la Dirección general.
El organigrama de las Inspecciones generales se completaría con los nombramientos de Manuel Torres Grima como Inspector general de Sanidad Exterior, Comunicaciones y Transporte (27-4-31) y con la confirmación de José Niceto García Armendaritz como Inspector general de Higiene y Sanidad Veterinaria. En relación con esta última Inspección general, un decreto de junio de 1931, ordenaba su supresión y se creaba una Inspección general de las mismas características aunque dependiente del Ministerio de Fomento.
3. Las primeras iniciativas
El mismo mes de abril de 1931, el día 29, se promulgaba un decreto de cese de los miembros que formaban parte del Consejo Nacional de Sanidad y se procedía a su renovación. Además de los consejeros natos, se nombraban a título personal, por sus especiales conocimientos científicos, entre otros, a Gregorio Marañón, José Sánchez Covisa, Luis Sayé (Director del Servicio de Asistencia Social y Lucha Antituberculosa de Barcelona) o Manuel Martín Salazar, exdirector general de Sanidad.
Además de trabajar en la preparación e informe de normativas tan relevantes como la ley orgánica de Sanidad, el Consejo Nacional de Sanidad estaba llamado a jugar un papel fundamental en el proceso de transferencias sanitarias a Cataluña. Como se recogía en el Decreto de 20 de mayo de 1931 que regulaba dichas transferencias, el Consejo debía informar al Ministerio sobre las diferencias que pudieran surgir y, en lo relativo a las soluciones o recomendaciones, se indicaba será necesariamente oído [el Consejo] en la aprobación definitiva del plan de transferencias. De hecho, a partir del problema de las transferencias a la Generalitat de Cataluña se generó un interesante debate parlamentario y social sobre el modelo de sistema sanitario que se debía desarrollar (El debate sobre el Estatuto de Cataluña y la Sanidad, 1932).
Entre las nuevas incorporaciones al Consejo Nacional de Sanidad destaca la del Presidente de la Asociación de Titulares, Inspectores Municipales de Sanidad, el doctor Ossorio. La incorporación se producía a instancias del propio Director general y buscaba, como manifestaría el propio Pascua en unas declaraciones a la revista Regeneración Médica (Declaraciones del Director de Sanidad, 1933), atender las reivindicaciones del colectivo de médicos y farmacéuticos titulares y facilitar su intervención activa en la confección de la nueva ley orgánica de Sanidad.
El presidente de la Asociación de Titulares formo parte, a propuesta de Marcelino Pascua, de dos de las ponencias que mas podían afectar a las funciones e intereses de los inspectores municipales de Sanidad: la de la Higiene rural y la de la Práctica profesional. Sin embargo, a juicio del Director general de Sanidad, su colaboración en las fructíferas tareas del Consejo fue nula: de las dieciséis o diecisiete reuniones que dichas ponencias celebraron para elaborar el texto de la ley, sólo a una o dos acudió el señor Ossorio. Los titulares dirán si ello les satisface. Las dificultades de entendimiento con el colectivo de titulares fueron manifiestas desde el primer momento. Las reivindicaciones de los médicos y farmacéuticos titulares chocaban con el modelo de sistema sanitario que pretendía desarrollar Pascua.
El deterioro de relaciones entre Pascua y el colectivo de titulares sanitarios fue evidente y progresivo. Estos últimos llegaron a organizar auténticas campañas, como ocurrió con el envío masivo de telegramas solicitando el cese de Pascua, además de utilizar la prensa profesional para desprestigiar y criticar la posición del Director general, de modo particular la revista Vida Médica (Hechos y palabras del Director general de Sanidad, 1932; El seguro de enfermedad, 1932). Pascua atribuía la reacción del colectivo de titulares a comportamientos corporativistas. Además de denunciar la creencia, extendida entre el colectivo de médicos y farmacéuticos, de considerar al Director general de Sanidad como una especie de abogado defensor de sus intereses3, situaba el origen del conflicto en el antagonismo que existía entre médicos, farmacéuticos y "sanitarios": [...] diremos, resumiéndolo en una frase dura, pero real, que este antagonismo nace de que la sanidad quita enfermos (Palabras del Director general de Sanidad, 1932: 1-2; Director de Sanidad habla para Luz, 1933).
Otra de las cuestiones que para Pascua estaban en el origen del conflicto de los titulares era él, a su juicio, excesivo número de licenciados en medicina. Así en unas declaraciones a la revista "Luz" que aparecen recogidas en "Vida Médica (El director de Sanidad habla para "Luz", 1933: 4) llegaba a afirmar lo siguiente: mientras sigan sobrando los médicos [...] los titulares y los demás médicos sufrirán terribles perjuicios, y la ciencia médica también, ya que el nivel ético y técnico se relaja [...] se impone con urgencia suprimir facultades y limitar la producción de médicos.
Para Pascua, aceptar la principal reivindicación que planteaba el colectivo de titulares, es decir su pase a funcionarios del Estado (Asociación Nacional del Cuerpo de Médicos Titulares..., 1932), suponía hipotecar el futuro del modelo de asistencia médica que intentaba implantar (Problemas que plantean los médicos titulares, 1933: 81-82):
El comité de titulares actuará como estime conveniente. Por lo que a mí respecta [...] he de seguir fielmente mi ruta prosiguiendo en mi tarea de organizar sólidamente sobre bases científicas la sanidad en el medio rural [...] hasta que la higiene pública y la medicina preventiva en el campo español sea una novedad tangible sobre una base de nacionalización. Y tras ella, y a veces conjuntamente, irá surgiendo, asimismo, la socialización [sic] de la medicina curativa y de la asistencia. Y sólo dentro de estos términos netos, de absoluto y eficaz servicio público, concibo yo la incorporación de los actuales titulares a los escalafones del Estado
Otro organismo que se vio afectado por las remodelaciones fue el Consejo de Protección a la Infancia. Como se indicaba en el Decreto de 14 de agosto de 1931: se precisa ya de una renovación, poniendo dicha legislación de acuerdo con las orientaciones más modernas [...]. Entre las novedades que introducía el Decreto, además de declarar el Consejo Superior de Protección a la Infancia una Institución de Beneficencia del Estado, hay que destacar la creación de una Comisión Permanente que debía mantener reuniones semanales. Para garantizar el funcionamiento de la Comisión se dotó una partida presupuestaria destinada a cubrir las dietas de asistencia de sus miembros. Se trataba de otorgar dinamismo a la Institución y avanzar en la formulación de los proyectos que debían desarrollar y supervisar las diferentes secciones (Puericultura y Primera infancia, asistencia social, jurídica y legislativa, Vagancia y delincuencia).

BASES PARA UNA REFORMA DE LA SANIDAD NACIONAL

Habría que esperar el paréntesis veraniego de 1931 para que se pusieran en marcha algunas de las iniciativas más importantes impulsadas por Marcelino Pascua durante su mandato. El 13 de octubre de 1931 se promulgaba el Decreto de creación de una Comisión Permanente de Investigaciones Sanitarias. Dos meses después, el 13 de diciembre, sendos Decretos creaban las Secciones de Ingeniería y Arquitectura Sanitaria, de Higiene Infantil e Higiene Social y Propaganda. En medio, a través de un Decreto de 12 de noviembre de 1931, se creaba un Consejo Superior Psiquiátrico.
Dicho Consejo, dependiente de la Dirección general de Sanidad, tenía el encargo de asesorar a la Sección de Psiquiatría e Higiene Mental. Las reformas relativas a salud mental se completaron con la creación, en abril de 1932, de un Patronato de Asistencia Social Psiquiátrica y con la puesta en marcha, a través de la Orden ministerial de 16 de mayo de 1932, de un programa de formación de personal sanitario subalterno para establecimientos psiquiátricos.3 Como responsable médico de la Sección de Psiquiatría e Higiene Mental se nombró a José Germain Cebrián (Orden ministerial de 31 de marzo de 1933). Germain impartía docencia en la Escuela Nacional de Sanidad como profesor agregado de Higiene del trabajo, industrial i profesional, formaba parte del Comité Internacional de Higiene Mental en la Industria, era miembro de la Asociación Internacional de Psicotecnia, además de vocal del Comité Internacional de tests (Bernabeu, 1994: 76).
1. La Comisión Permanente de Investigaciones Sanitarias
Hay que indicar que el nuevo organismo pasaba a depender, de forma directa, de la Dirección general de Sanidad. La Comisión debía sugerir los grandes temas de investigación que las circunstancias epidemiológicas y sanitarias del país aconsejasen. El Decreto destacaba la importancia de conseguir una adecuada formación profesional del personal sanitario y médico a través del fomento de la investigación científica.
Otro aspecto que se quería desarrollar con la creación de la Comisión Permanente de Investigaciones Sanitarias guardaba relación con el deseo de aumentar las relaciones con los organismos sanitarios internacionales y con los pensionados en el extranjero. De forma particular se destacaba la necesidad de incrementar las relaciones con los países iberoamericanos:
Se pondrá asimismo en relación con las Administraciones sanitarias y con los Centros de estudios de las naciones hispanoamericanas [...] posible intercambio de personas y temas de estudios médico-científicos [...] lazos espirituales e intelectuales con los países de lengua española en América
La Comisión estaba formada por Francisco Tello, como Presidente. Como vocales fueron nombrados Gregorio Marañón, Gustavo Pittaluga, Manuel Tapia y Sadí de Buen. Como Secretario fue nombrado José Hernández Guerra, quien falleció el 5 de noviembre de 1932, y fue sustituido por Francisco Martínez Nevot. En la tabla adjunta se pueden comprobar los temas de investigación que se subvencionaron en 1932 (Martínez Nevot, 1933: 645-652):
1. Estudio bacteriológico y epidemiológico de las relaciones entre la fiebre de Malta y el aborto epidémico
2. Estudio de un foco endémico de lepra
3. Estudio sobre la transmisión de la peste
4. Ubicación del estiércol y contagio por medio de las moscas
5. Estudio de la evolución de las larvas de anquilostomas en el ambiente rural y estudio de la evolución y transmisión de la hymenolepis
6. Estudio sobre micología española
7. Constitución química de los alimentos españoles
8. Estudio geográfico del bocio y sus relaciones con la composición química de aguas, terrenos y alimentación
9. Estudio de los focos de bilharziosis de Lorca y Moguer
10. Aspecto sanitario de la pneumoconiosis
11. Estudio bacteriológico de las aguas residuales de Madrid, en sus relaciones con la difusión de la fiebre tifoidea y grupo de enfermedades afines y estudio de portadores de gérmenes en el hombre y en animales
12. Anofelismo sin paludismo en la zona de Aranjuez
13. Poder fitotóxico de los sueros
14. Relaciones entre la constitución (biotipología y endocrinología) y el tracoma, y confección de un fichero de tracomatosos
15. Aspecto sanitario del problema de las vitaminas
Para poder obtener las subvenciones, los responsables de cada proyecto de investigación debían presentar una memoria. Además de realizar un estado de la cuestión sobre el tema que se proponía, se tenía que indicar el modo en el que estaba previsto proseguir las investigaciones, el personal que se consideraba imprescindible y el avance aproximado de gastos. Los investigadores se comprometían a enviar unos resúmenes mensuales informando de la marcha de las investigaciones.
La Comisión, por su parte, se comprometía a proporcionar el material científico necesario para llevar adelante las investigaciones, además de los libros, monografías y revistas que fuese necesario adquirir para poder documentarse. La cuantía de las bolsas de trabajo oscilaban entre las 300 y las 500 pesetas mensuales, según las circunstancias económicas de los becarios. Las dietas diarias, cuando los becarios abandonaban la residencia habitual, oscilaba entre las 15, 20 y 35 pesetas, según los casos.
2. La creación de nuevas secciones técnicas
Otra de las iniciativas que se pusieron en marcha en el otoño de 1931 fue, tal como hemos indicado, la creación de nuevas Secciones técnicas de la Dirección general (Decretos de 13 de diciembre de 1931) que se unían a la de Psiquiatría e Higiene Mental (Decreto de 12 de noviembre de 1931): Ingeniería y Arquitectura Sanitaria, Higiene Infantil, Higiene Social y Propaganda. A todas estas secciones se sumaría, en los primeros meses de 1933, la de Higiene de la Alimentación.
Con la Sección de Ingeniería y Arquitectura Sanitaria, dependiente de la Inspección general de Instituciones Sanitarias, se quería acometer la solución de los problemas de ingeniería ligados con la higiene y la sanidad de las ciudades, como también los trabajos de saneamiento del medio rural.
El tema de la sanidad y la higiene rural provocaría un conflicto de competencias entre la Dirección general de Sanidad, dirigida por Pascua, y el Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio de Marcelino Domingo. El incidente que vamos a relatar resulta un buen ejemplo del celo y el interés que mostraba Pascua para conseguir una acción sanitaria coordinada y eficaz. En enero de 1933 Pascua dirigía un escrito al ministro Marcelino Domingo donde se manifestaba en los términos siguientes (PS. Madrid, 240):
Informaciones llegadas a este Ministerio, denuncian que el Instituto de Reforma Agraria, ha creado una sección de Higiene de la Vivienda Rural y encargado de su jefatura a persona extraña al Cuerpo de Sanidad Nacional [...] justamente ocurre ello cuando la Dirección general de Sanidad ha puesto en marcha en un año 16 Centros de Higiene Rural
En efecto, a través de una Orden ministerial de 22 de abril de 1932, se creaban 15 Centros secundarios de Higiene rural. Estaba previsto crear un total de 180 Centros rurales de Higiene (El presupuesto de Sanidad, 1933: 63-64). Para formar al personal sanitario de todos estos centros se contaba con el Centro de Higiene de Vallecas. Este último proyecto estaba cofinanciado por la Fundación Rockefeller y tenía la condición de institución docente asociada a la Escuela Nacional de Sanidad y a la futura Escuela Nacional de Enfermeras Visitadoras, otra de las iniciativas que contó con la ayuda financiera de la Fundación Rockefeller (Bernabeu, Gascón, 1995; Rodríguez Ocaña, Bernabeu, Barona, 1997).
Una Sección que alcanzó gran importancia fue la de Higiene Infantil. Dependiente de la Inspección general de Instituciones Sanitarias, el objetivo de la Sección no era otro que el de luchar contra la mortalidad infantil y aspectos con ella relacionado.5 Contaba con los departamentos de mortalidad materna, de morti-natalidad, e higiene prenatal y pre-escolar. Además, a través de una Orden ministerial de 30 de marzo de 1932, se creaban en todos los Institutos provinciales de Higiene, Servicios de Higiene Infantil que debían contar con consultas de higiene prenatal, de lactantes y de higiene escolar. Una Orden ministerial, de 11 de agosto de 1932, permitía crear, a través de la correspondiente dotación presupuestaria, Dispensarios móviles de Higiene Infantil. De hecho, por medio de una Orden de 31 de marzo de 1933, se creaban, entre otros, los dispensarios móviles de Burgos, Avila, Segovia y Teruel. A través de la Orden ministerial de 29 de marzo de 1933 se nombró a Juan Bravo Frías responsable médico de la Sección de Higiene Infantil.
La tercera de la secciones que se pusieron en marcha, en el otoño de 1931, fue la de Higiene Social y Propaganda. La nueva Sección debía asumir las funciones de asesoramiento [...] y ejecución en materias que tanto afectan a la salud pública, como las comprendidas en la higiene social, alcoholismo, enfermedades sociales, cáncer, etc. [...] y propaganda de higiene personal y pública.
Entre las actividades que llegó a iniciar la Sección de Higiene Social y Propaganda podemos citar el concurso de carteles de abril de 1933 (Orden ministerial de 4 de abril). Se proponía desarrollar dos proyectos: uno en favor de la lactancia materna (lo mejor para evitar la muerte de los niños de pecho es la leche de la madre) y otro para destacar la vigilancia médica en la lactancia (si no puedes criar a tu hijo de pecho, consulta al médico antes de darle biberón).
La última de las secciones incorporadas por Pascua al organigrama de la Dirección general de Sanidad fue la Sección de Higiene de la Alimentación. En febrero de 1933, Cesar Nistal Martínez era nombrado Jefe técnico de la Sección. El 24 de marzo del mismo año, a través de una Orden ministerial, se ponía en marcha la Comisión encargada de estudiar el régimen de funcionamiento de los servicios que tenía que desarrollar la nueva Sección.
3. Otras actuaciones
Durante el período en el que Pascua estuvo al frente de la Dirección general de Sanidad, además de los aspectos que acabamos de exponer (salud mental, higiene infantil, propaganda sanitaria, higiene de los alimentos o ingeniería sanitaria) se intensificó la lucha antituberculosa a través de la construcción de nuevos dispensarios, de preventorios infantiles y de sanatorios. Lo mismo ocurrió con la lucha antivenérea, donde tan importante servicio sanitario pasó a depender presupuestariamente del Estado y dejo de ser mantenido mediante irregulares exacciones a las prostitutas.
En relación con la lucha antituberculosa, conviene señalar las dificultades que le planteó a Pascua la decisión de sacar a concurso público todas las plazas antituberculosas que se habían obtenido por simple nombramiento. Hay que indicar, sin embargo, como reconocía el propio Pascua, que la medida fue aplicada sin contemplaciones: Por anticipado tenían el pleito perdido, pues mi idea, que lleve a efecto, y que tenía forzosamente buena acogida en la opinión pública y el asenso de acuerdos del Colegio y del Sindicato Médico, era sacar a oposiciones públicas [...] todas las plazas que se habían obtenido por nombramiento directo y personal (El director de Sanidad habla para "Luz", 1933).
La gestión sanitaria se completo con una importante política de restricción de estupefacientes y el refuerzo de la lucha antitracomatosa. Además de avanzar en proyectos como la creación de una Escuela Nacional de Enfermeras Visitadoras, se mejoró la situación presupuestaria y organizativa de todo un conjunto de instituciones que dependían de la Dirección general de Sanidad: Instituto Nacional de Higiene, Hospital Nacional de Enfermedades Infecciosas, Escuela Nacional de Sanidad (Bernabeu, 1994), Escuela Nacional de Puericultura, o el Instituto de Farmacobiología. Ocuparon la dirección de todas estas instituciones, respectivamente: Jorge Francisco Tello Muñoz, Manuel Tapia Martínez, Gustavo Pittaluga, José García Diestro y Teófilo Hernando Ortega. En mayo de 1932 se adscribía a la Dirección general de Sanidad el Instituto Nacional del Cáncer y se procedía a la incautación de la Leprosería de Fontilles (Bernabeu, Ballester, 1991).

EL BALANCE DE UNA GESTIÓN: UN PROYECTO INACABADO

El 28 de abril de 1933 se publicaba un Decreto aceptando, a propuesta del ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, la dimisión que, como Director general de Sanidad, había presentado Marcelino Pascua Martínez.
Unos meses antes, en enero de ese mismo año, en un artículo publicado en la Revista de Sanidad e Higiene Pública (1933; 8/1: 59-61) con el título de Presupuesto de Sanidad, Pascua justificaba las iniciativas que se habían llevado a cabo en la Dirección general de Sanidad desde abril de 1931 y establecía las líneas directrices que debían guiar la política sanitaria de la Segunda República.
Marcelino Pascua denunciaba el vergonzoso atraso en que tradicionalmente se había tenido al aparato sanitario del Estado, y, para poner de manifiesto el interés de la Segunda República por el cuidado de la salud pública y la reorganización de los servicios sanitarios del país, acompañaba un cuadro con los presupuestos ordinarios de la Dirección general de Sanidad desde 1920-1921 hasta el mismo año de 1933 (Presupuesto, 1933: 58):

AÑOS
PRESUPUESTOS ORDINARIOS
(en millones de pesetas)
1920-21
6.619.300
1921-22
6.619.300
1922-23
8.250.450
1923-24
7.050.450
1924-25
7.721.600
1925-26
7.440.600
1927
8.605.650
1928
8.235.550
1929
10.326.740
1930
10.290.982
1931
9.990.082
1932
15.582.807
1933
31.432.690

Tras resumir los logros más importantes conseguidos en 1931 y 1932, exponía las actividades que en su opinión se debían desarrollar en el futuro. Destacaba su propuesta de presentar ante las Cortes una ley orgánica de Sanidad. Por último, además de proponer la abolición de la prostitución reglamentada, citaba, entre otras, las líneas de trabajo sobre las que se debía profundizar:
1. La higiene de la alimentación, particularmente el abastecimiento de la leche
2. La modernización, humanización más bien, de hospitales, manicomios, etc.
3. El fomento de la lucha anticancerosa en su aspecto público, esto es, el tratamiento y diagnóstico precoz de tumores malignos
4. El gran problema de la asistencia y prevención de la ceguera y otras incapacidades
5. La higiene industrial
6. La insostenible situación del profesionalismo médico y farmacéutico
7. La preparación del ambiente y estudios de rigurosidad científica y moral sobre el problema del control de la natalidad
8. La organización del Instituto de Investigaciones hidrominerales
Las palabras finales, que Marcelino Pascua incluía en el citado artículo, son reveladoras del proyecto de reforma sanitaria que defendía y al que hemos aludido a lo largo del trabajo: España no entrará en una reorganización sanitaria, muy particularmente en su aspecto de medicina curativa de gran fuste y escala, hasta que no se implante el seguro de enfermedad, aplicable a grandes masas de población. Este será el momento cumbre y la vía de progreso por donde se llegue a la nacionalización de la medicina curativa y se refuerce y consolide la estatificación de la preventiva. Como ya se ha señalado, el futuro de la salud pública y la medicina preventiva pasaban, a juicio de Pascua, por implantar un modelo de asistencia médica colectivizada.
A Marcelino Pascua le sustituyó, en mayo de 1933, Julio Bejarano. quien presentó su dimisión el 15 de septiembre de ese mismo año, cuando ocupó el ministerio de Gobernación Diego Martínez Barrios. El último Director general de Sanidad del bienio transformador fue José Verdes Montenegro. Nombrado el 20 de septiembre de 1933, Verdes fue cesado el 12 de octubre de ese mismo año, cuando ocupo la cartera de Gobernación Manuel Rico Avelló. A Verdes Montenegro le sustituyó José María Gutiérrez Barreal.
Entre las primeras medidas que puso en marcha la nueva administración sanitaria fue la de reintegrar, "una vez desaparecidas las causas que motivaron su cese", a Victor María Cortezo Collantes en el cargo de Inspector general de Instituciones Sanitarias. Así mismo, a través de la Orden ministerial de 25 de octubre, se anulaba la convocatoria para proveer la plaza de médico jefe de estadística de la Dirección general de Sanidad que había ocupado, de forma interina, Marcelino Pascua, y se retrotraía al 22 de septiembre de 1933, dando así la posibilidad de que pudieran presentarse nuevas solicitudes. El 11 de septiembre de 1933, días antes de presentar su dimisión, Julio Bejarano, en su calidad de Director general de Sanidad, había hecho publica una circular donde convocaba el concurso-oposición para proveer dicha Jefatura. Finalmente, el 15 de noviembre de 1933, tras obtener el número uno en el concurso-oposición, Marcelino Pascua recibía el nombramiento de Jefe de Estadística Sanitaria de la Dirección general de Sanidad.
Hasta aquí el somero análisis de la gestión de Marcelino Pascua al frente de la Dirección general de Sanidad. A modo de conclusión podríamos destacar las principales líneas de trabajo que desarrolló o diseñó en su etapa de responsable de la Dirección general de Sanidad: el impulso de la investigación sanitaria y la institucionalización de la salud pública; la aplicación de una política de salud que incorporaba los supuestos conceptuales y metodológicos de la estadística sanitaria, la epidemiología y la higiene pública; o la necesidad de coordinar la acción preventiva, curativa y rehabilitadora en el marco de un sistema nacional de salud. Además de recordar el coste político que le supuso el conflicto y el enfrentamiento con el importante colectivo de médicos y farmacéuticos titulares y los apoyos partidistas que estos despertaban.
Pero quizás proceda concluir también con la valoración política que hacía de su gestión el propio Pascua en abril de 1933 (El director de Sanidad habla para "Luz", 1933: 5):
Antes de despedirnos hablamos un poco de política en general, y Pascua se lamentaba de que la renovación de la estructura monárquica del Estado sea demasiado lenta, -falta audacia- nos dice- en la mayoría de los departamentos del Estado, y eso cohibe, en cierto grado, a otros donde pudiera haberla y donde se anhela que la haya [...] Pascua terminaba con estas frases: Al marcharme de este puesto deseo fervientemente que algún día me llamen de nuevo en circunstancias más favorables, donde pueda desarrollar más amplios planes y pueda hacerse una renovación profunda de ideas y personas.
Todavía confío en que la situación política se oriente y defina mejor y yo pueda estar diez o quince años al frente de la Sanidad española, laborando por ella con entusiasmo
Las circunstancias políticas y los acontecimientos de julio de 1936 se encargaron de hacer imposibles los deseos de Pascua. Aunque volvió a prestar servicios políticos a la Segunda República, a través de su labor como embajador en Moscú y París, sería la recién creada Organización Mundial de la Salud (1948) la que se beneficiaría de los servicios profesionales de Marcelino Pascua a través de la dirección del nuevo Departamento de Estadística Sanitarias (Bernabeu, 1992).
Notas a pié de página
(1) La publicación Vida Médica (1933; XII (383): 5) al recoger la noticia del cese de Marcelino Pascua, afirmaba que se había producido como consecuencia de la ley de incompatibilidades y del acuerdo adoptado por la comisión ejecutiva del partido socialista, para añadir a continuación: suponemos el efecto que la lectura de esta noticia habrá de causar en el ánimo de los médicos titulares, tan esperanzados un día por las promesas del doctor Pascua como desilusionados hoy ante la realidad del Reglamento, la última desdichada obra del hombre que no supo corresponder al crédito de confianza que durante muchos meses le hubieron de conceder sus compañeros [...] la Asociación de Titulares se puede afirmar que ha muerto a manos del doctor Pascua, al menos con su carácter de oficial, ya que al ser privada del Escalafón [sic] y de la expedición de documentos para la ficha de méritos se le han cegado sus fuentes de ingresos más saneadas y seguras.
Sobre el modelo sanitario que se defendía desde las filas del Partido Republicano Radical, pueden consultarse diversos trabajos publicados en la revista Vida Médica: El Partido Radical, la sanidad y los técnicos (Muñoz Antuñano, 1932), El ministerio de Sanidad (1933) y La Sanidad pública (Estadella Arnó, 1933). Además, la relación entre los republicanos radicales y algunos medios de la prensa profesional resultaba más que evidente (Domínguez, 1932). En otoño de 1933, con motivo de la convocatoria de elecciones generales, la revista Vida Médica, bajo el título de Política sanitaria (1933: 3), afirmaba, refiriéndose al Partido Republicano Radical: El ideal sería que en las elecciones pudieran actuar verdaderos candidatos sanitarios; sin ninguna otra significación política; ya que eso no puede ser, cuidemos de otorgar nuestra confianza y nuestros votos a los candidatos políticos que se comprometan, por sí o por sus partidos, a la defensa de la causa sanitaria.
(2) Para contextualizar la importancia de la Fundación Rockefeller en el desarrollo científico y sanitario en la España de los años veinte y treinta, se puede consultar el trabajo "La Fundación Rockefeller y España, 1914-1939. Un acuerdo para la modernización científica y sanitaria" (Rodríguez Ocaña, Bernabeu Mestre, Barona, 1996).
(3) En unas declaraciones al semanario "Luz" (Director de Sanidad habla para Luz, 1933), afirmaba: el Director general de Sanidad deber estar ocupado en el bienestar común, incluso, a veces, en contra de los médicos, cuando éstos entren en conflicto con los intereses de la colectividad.
(4) El Decreto de 12 de noviembre de 1931 recogía en su preámbulo las siguientes palabras: Es preciso que de aquí en adelante, desaparezca el estado de cosas que entregaba a los enfermos psíquicos al cuidado de personas sin preparación alguna previa, ni psiquiátrica, ni médica. Consecuencia de esto ha sido el tratamiento inadecuado e incluso perjudicial a que han estado sometidos los enfermos mentales. Los progresos de la ciencia psiquiátrica y las modernas ideas de la higiene mental exigen la solución.
(5) En la Orden ministerial de 30 de marzo de 1932 se afirmaba: Las causas de la elevada mortalidad infantil son en cierto modo evitables, puesto que muchas de ellas responden a falta de higiene durante el embarazo y la crianza del niño y de la incultura y la falta de orientación sanitaria, existiendo no pocas provincias que carecen de los más elementales servicios de higiene infantil y otras en las cuales los esfuerzos particulares y oficiales, los fallos de la coordinación y orientación sanitaria, no surten la eficacia [...].

BIBLIOGRAFÍA

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11. Estadella Arnó J. La Sanidad pública. Vida Médica 1933; XI/400 y 401: 4-6 y 4-5.
12. Hechos y palabras del Director general de Sanidad. Vida Médica 1932; XI/348: 1-2.
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34. Tusell J, Queipo de Llano G. Los intelectuales y la República. Madrid: Nerea; 1990.
Josep Bernabeu Mestre
Departament de Salut Pública [Història de la Ciència]. Universitat d'Alacant.
Correspondencia: Josep Bernabeu Mestre. Departament de Salut Pública [Història de la Ciència]. Universitat d'Alacant. Apartado de correos 99. 03080 Alicante.

martes, 28 de febrero de 2012

UN REFERENTE IMPRESCINDIBLE


EL MITO DE LA CRUZADA DE FRANCO
Herbert R.Southworth
De Bolsillo/Random House Mondadori
Barcelona, 2008
704 pp.





UN REFERENTE IMPRESCINDIBLE

La aparición clandestina de este libro en la España de los años sesenta, editado en París por Ruedo Ibérico y justo un año antes de que el régimen celebrara sus irónicos Veinticinco Años de Paz –paz fracturada a través del golpe de estado y la guerra civil subsiguiente–  hizo que la propia dictadura se planteara una reconversión de la forma en que estaba contando a los españoles la gesta gloriosa de vencer, con Franco, Franco, Franco a la cabeza, al bolchevismo en los campos de batalla (y por primera vez en el mundo, según la propaganda). De ahí que apareciera, a través de los servicios del inefable Manuel Fraga, ministro de Información (!) y Turismo, dueño de calles y fabricador de bulos sobre presos a los que les daba por creerse hombres alados, una sección de estudios de la guerra civil dirigida por un funcionario más bien gris pero destinado a hacer historia (del disparate): Ricardo de la Cierva y Hoces.
Una de dos: o la dictadura era muy inepta realizando lavados de cerebro o el libro había causado realmente impacto y conmoción. Como lo primero es más bien dudoso, habida cuenta de que los efectos de aquellas enseñanzas sobre la “Cruzada de Liberación Nacional” en las mentes de los estudiantes durante casi cuatro décadas y en la de los pseudohistoriadores, polemistas, contertulios y falsarios de todo pelaje que surgen por doquier en los medios y en los comentarios de las noticias relativas a la Memoria Histórica, debemos pensar que Herbert R.Southworth, historiador norteamericano vinculado a movimientos progresistas y antifascistas durante los años treinta y cuarenta y que acabó haciendo de la historia de la guerra española su especialidad, y su libro acabaron siendo la termita que, como en “L’Estaca” de Llach, acabaron pudriendo las concepciones y planteamientos sobre lo “políticamente correcto” que habían querido inculcar en los universitarios más ávidos, deseosos también de romper  con lo que les habían contado. Tal es el caso del exrector Carlos Berzosa, que prologa esta edición.
Las elecciones que ganó el Frente Popular, objeto aún hoy de manipulación histórica por el revisionismo derechista tipo Moa, Vidal, De la Cierva, Jiménez Losantos...; el asesinato de Calvo Sotelo; los falsos planes revolucionarios de la izquierda española sobre los que se justificó buena parte del discurso golpista; el reclutamiento y carácter de las Brigadas Internacionales; la más que supuesta adhesión a Moscú del gobierno de la República y, sobre todo, de su último primer ministro, el doctor Juan Negrín; las características abolutamente dispares de la represión en la retaguardia rebelde/nacional y gubernamental/republicana son algunos de los temas tratados por Southworth con una capacidad analítica y una amplitud de recursos que, aún hoy, cuando muchos archivos y memorias se han abierto y muchas tesis de las exhibidas por el autor se han probado, dejarían pasmados a esos recalcitrantes revisionistas antes citados. Testimonios valiosos procedentes de ex brigadistas como Malraux, Fischer o Spender o de católicos airados por ver como la Iglesia apoyaba hechos como los acaecidos en Guernica o Mallorca (Maritain, Bernanos) bajo excusas como la de la carta colectiva de los obispos españoles son tenidos en cuenta en una obra que, a día de hoy y probablemente más que nunca, sigue siendo todo un referente.

martes, 21 de febrero de 2012

LA CIUDAD UNIVERSITARIA


LA CIUDAD UNIVERSITARIA

LA CONSTRUCCIÓN DE UN FUTURO INTERRUMPIDO
Caminar hoy día por la Ciudad Universitaria recuerda mucho a la conversación que, en el teatro o la película, mantienen Luisito y su padre en “Las bicicletas son para el verano”: cuesta pensar que aquí hubo una guerra, o al menos, uno de los escenarios del encarnizado asedio de Madrid y la pelea, planta por planta, entre moros y brigadistas, entre republicanos y nacionales, por cada palmo de terreno y cada facultad. En la primera escena, sólo en la imaginación de dos estudiantes que piensan en que, en caso de que hubiera un hipotético conflicto que habría de tener como contendientes a los franceses o los portugueses, cuando estos alcanzaran Madrid aquel ya habría acabado.
El espacio donde hoy se concentran miles de estudiantes, caminando desde la estación de metro hacia las facultades, el paraninfo, el decanato y viceversa, o tumbados en la hierba aledaña a las mismas, está muy alejado de aquellas imágenes del fragor de la batalla por el Hospital Clínico, los cañonazos desde el Garabitas, las avenidas de Blasco Ibáñez (Princesa) y Pi y Margall (la Gran Vía, que conservaba extraoficialmente su castizo nombre) convertidas en una sola, la Avenida de los Obuses, y de la destrucción de una obra arquitectónica que databa de los últimos años del reinado de Alfonso XIII pero que encontró su gran impulso con el régimen republicano que le sustituyó.
Iniciadas las obras en 1928, en las postrimerías de la dictadura de Primo de Rivera, la República naciente en 1931 configuró una Junta en la que figuró como presidente el mismo que lo fue del gobierno provisional de la misma y que se convirtió, en diciembre de ese año, en el primer jefe del nuevo estado republicano: Niceto Alcalá Zamora. El alma mater, sin embargo, de aquella junta de construcción de la Universitaria fue su secretario, el catedrático de Medicina y diputado socialista por Las Palmas Juan Negrín.
Famoso posteriormente por encarnar el espíritu de resistencia republicano, ocupando la presidencia del gobierno desde la primavera de 1937 hasta el final de la guerra, Negrín se había formado en la Alemania de Weimar, doctorándose en Medicina y Fisiología por la Universidad de Leipzig. Era uno de los símbolos de la relación entre la política y los nuevos talentos intelectuales que se habían formado en el extranjero gracias a la ILE gineriana y la Junta de Ampliación de Estudios.
Si en términos de política educativa los gobiernos republicanos hicieron reformas y llevaron a cabo actuaciones de gran calado, destinadas a mejorar el nivel de la instrucción básica y a garantizar el acceso a los diferentes niveles de la misma a la población en general, la trayectoria de la arquitectura escolar sufrió una evolución un tanto dispar, no tanto en cuanto a entusiasmo, pues el ritmo impuesto en la construcción de escuelas hizo que en los dos primeros años de vida de la República se llegaran a construir más que en toda la monarquía de Alfonso XIII, pero sí en cuanto a una calidad que no era la que se propugnaba desde los círculos más vanguardistas de la arquitectura española: el GATEPAC y los racionalistas en general.
Buena parte de los arquitectos afincados en Madrid, que formaron parte de aquellos círculos, el racionalismo ortodoxo, en línea con la Bauhaus y Le Corbusier, o con lo que se ha denominado el “racionalismo al margen” o “la otra modernidad” –y de los que anteriormente hablamos al describir el Plan Zuazo y la Colonia El Viso– fueron los encargados de construir los edificios de la Ciudad Universitaria.
No en vano, el GATEPAC, sobre todo en Cataluña, fue un colectivo apoyado por las autoridades en su búsqueda de una serie de soluciones urbanísticas y constructivas para ciudades como Madrid y Barcelona, necesitadas de una planificación progresista en materia arquitectónica y que entonces estaban representada en la Bauhaus, la Sezession austriaca, Le Corbusier o los planes de ensanche, construcción y saneamiento, ejecutados bajo estas ideas, en Viena, Berlín, París o Ankara.
Así, en la Ciudad Universitaria fueron configurándose y construyéndose, -paralelamente a la Colonia El Viso, la ampliación de la Castellana, nuevos edificios en la Gran Vía como el edificio Carrión-Capitol o el nuevo hipódromo de la Zarzuela (que sustituyó la antiguo de la Castellana, donde se situarían los Nuevos Ministerios, y donde amanecerían algunos de los cadáveres de los derechistas fusilados en los terribles “días de plomo” del primer verano de la guerra)- los edificios de Farmacia, Medicina, Derecho, Filosofía y Letras, la extinta Fundación del Amo, la central térmica, la residencia o el Hospital Clínico.
Los nombres de Luis Lacasa, Rafael Sánchez Arcas, Francisco García Mercadal, Rafael Bergamín, Luis Blanco Soler o Carlos Arniches permanecen unidos a aquellas construcciones que, o bien terminadas o bien muy avanzadas, acabaron por ser pasto de las bombas antes de que los primeros estudiantes pudieran poner los pies en sus aulas.
En la primavera de 1936, un poco antes de que fueran asesinados el teniente de Asalto José Castillo y el diputado monárquico José Calvo Sotelo, implicado en la sublevación pronta a suceder, la huelga de construcción declarada en Madrid sufrió una dura quiebra en su unidad: los obreros de militancia socialista aceptaron el arbitraje del gobierno, habiendo de ser defendidos por la propia guardia de Asalto de posibles represalias por parte de los obreros anarquistas que no aceptaban el laudo gubernamental.
Quizá fueran esos los soldados probables de la guerra impensada, inimaginable, que especulaban Luisito y su amigo en la Ciudad Universitaria mientras el primero pensaba en la Física, La Almunia de Doña Godina y la bicicleta. Poco después, ni el violín del músico y miliciano Gustavo Durán conseguiría arrancar un eco de emoción a las bombas que derribaban las aulas de una educación mejor y arrancaban a muchos de su último verano en paz.

martes, 14 de febrero de 2012

sábado, 11 de febrero de 2012

CIGARRERAS DE LAVAPIÉS

CURIOSIDADES MADRILEÑAS

CIGARRERAS DE LAVAPIÉS
REBELDÍA ECHANDO HUMO EN LA CALLE EMBAJADORES


La construcción de la Fábrica de Tabacos de Embajadores, conocida en la actualidad como La Tabacalera y con un uso muy diferente al industrial, data del reinado de Carlos III. El despotismo ilustrado tenía en mente, entre otras cosas, la construcción de manufacturas que dieran empleo e ingresos al país y a la corte tales como fueron las fábricas de vidrio, cerámica o tapices, cuyos vestigios podemos encontrar en La Granja (Segovia) o en Béjar (Salamanca), ya en la naciente época industrial.
Es por eso que el rey ilustrado, denominado mejor alcalde de Madrid (denominación que podría, en nuestra modesta opinión, extenderse a otros ediles sin el porte regio pero al menos refrendados en la urnas, casos del republicano Pedro Rico o del “viejo profesor”, Enrique Tierno Galván) patrocinó la construcción de este espacio de 28.000 metros cuadrados en lo que entonces era el Portillo de Embajadores, el final de Madrid, y cuando el barrio se conocía como El Avapiés (y que por deformación lingüística acabó llamándose Lavapiés).
El origen de la factoría, denominada como Real Fábrica de Aguardientes y Naipes, viene de la necesidad de colocar en un sitio determinado los productos estancados, monopolio del Estado y sujetos a venta restringida (tal es el significado de la palabra “estanco”), tales como el aguardiente, los licores, las barajas de juego, el papel sellado y el “depósito de efectos plomizos”, sobre los que la Hacienda Pública cobraba un impuesto especial, como sigue sucediendo ahora en el caso del tabaco, el alcohol o el combustible. Sin embargo, la elaboración del aguardiente y las barajas duró poco tiempo al concederse la elaboración del primero a la condesa de Chinchón (que dio nombre al famoso anís que aún hoy se hace en el municipio) y de las segundas a Heraclio Fournier, un súbdito de origen belga que continuó su fabricación en Vitoria, donde aún continúa.
Con la invasión napoleónica, sin embargo, tuvo lugar un hecho que transformó la fábrica, sumida en un cierto declive. Usada como acuartelamiento por los franceses, la falta de provisiones de tabaco, que tenía que desplazarse desde las lejanas y a veces declaradas en rebeldía ciudades de Sevilla, Alicante o Cádiz, se convertía en un problema serio. Sin embargo, en Lavapiés existían talleres clandestinos de elaboración de cigarros, en manos de mujeres. La solución pasó por hacer legal lo ilegal: en poco tiempo, aquel edificio que servía de cuartel se convirtió en una verdadera fábrica cuyas obreras fueron aquellas mujeres cigarreras que trabajaban en la clandestinidad. El día 1 de abril de 1809, festividad de San Venancio, abrió la nueva Fábrica de Tabacos, donde comenzaron su trabajo 800 cigarreras. En 1853 el número de obreras aumentó a 3.000 y en 1890 a 6.300, en una ciudad que por aquel entonces sólo tenía trescientos mil habitantes.
La concentración fabril femenina en un barrio como el de Lavapiés, que pronto se convirtió en un área obrera y fabril de las más antiguas de Madrid (y obviamente distinto a su configuración actual) pronto llevó a una movilización colectiva de las mujeres por sus derechos laborales y de género. De este modo, incluso antes de la fundación de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista por Pablo Iglesias en 1888 o de la Confederación Nacional del Trabajo en 1910, las mujeres cigarreras ya protagonizaron a lo largo del siglo XIX reivindicaciones importantes a lo largo de aquel pequeño mundo que eran los aledaños de la fábrica: las calles de Peñuelas, Embajadores, Miguel Servet, Mesón de Paredes, Tribulete, Sombrerete y Ercilla.
Así, la introducción de maquinaria y la mala calidad de la hoja de tabaco, que hacía más costosa la elaboración y reducía el jornal (las obreras trabajaban a destajo) fueron causa de movilizaciones a lo largo de la centuria, con intervenciones de la fuerza pública. De este modo, un observador de la época, Rodríguez Solís, llegaría a escribir que “un conflicto en la fábrica de cigarros es un asunto más grave de lo que parece. Son más de cuatro mil mujeres, que dan un contingente al menos de ocho mil hombres, padres, hijo, hermanos, maridos y amantes, de la llamada gente del bronce” (o tercer estado o clase obrera, llámenlo como quieran).
En la evolución histórica del edificio, destaca la adecuación y uso real de algunos espacios concretos no estrictamente productivos vinculados a la condición femenina del personal. Así, el temprano funcionamiento de una escuela-asilo para los hijos de las cigarreras —aprobado en 1840 por iniciativa personal de Ramón de la Sagra— o los diferentes lugares destinados a la lactancia que ha conocido la historia de la fábrica. Ejemplos de esta significativa ocupación espacial fueron la llamada “sala de leche”, establecida en los años veinte en la portería de mujeres, y la habitación con cunas y camas para los hijos de las operarias, improvisada junto a los talleres de puros en la última planta del edificio durante la Guerra Civil. Son ejemplos de consecuciones a través de esa lucha obrera, y que poco tienen que ver con el mito de la Carmen sensual y marrullera a la vez de Prosper de Merimeé.
En los años 1930, la presidenta del sindicato Federación Tabaquera, Eulalia Prieto, lanza el primer número de Unión Tabacalera, órgano sindical que describe la vida y condiciones de trabajo de las cigarreras. Inicialmente beligerante con la República “burguesa”, sin embargo pronto la Federación Tabaquera tomará partido por un nuevo régimen que, en sus propias palabras, han de celebrarlo sobre todo las propias mujeres. No en vano, Mary Nash, historiadora y catedrática en la UB, destaca que las medidas de protección sociolaboral a las mujeres en la época republicana se adelantaron a las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo: seguros de vejez, accidente, invalidez, maternidad; firma de convenios y leyes que fijaron condiciones de trabajo en oficios desempeñados fundamentalmente por mujeres; Ley del Contrato para evitar los abusos en el trabajo del servicio doméstico; o extensión de la jornada de ocho horas también para el trabajo femenino.
De este modo, no resultaría extraño que en los años de guerra, de la fábrica y de los talleres de Embajadores, así como de otras fábricas del Estado, salieran destacadas líderes obreras como la ya nombrada Eulalia Prieto o Encarnación Sierra, que se comprometieron y militaron en la lucha femenina contra el fascismo. Como mujeres trabajadoras —reclutadas desde niñas y adiestradas en las labores del humo, y del vivir, por sus propias madres y abuelas—, las cigarreras manifestaron una temprana conciencia social y una sorprendente capacidad de movilización y lucha obrera. En defensa de sus condiciones de trabajo, como grupo social, la presencia y solidaridad de las cigarreras se destacó en manifestaciones públicas, populares motines de subsistencia, protestas de carácter político, de estudiantes o en las numerosas muestras de apoyo ante las frecuentes tragedias que azotaban a las clases trabajadoras madrileñas.
Esperamos que el nuevo CSA que es La Tabacalera prosiga aquella labor de concienciación social que nunca se ha de perder, por el presente y el futuro de Madrid y la Humanidad.