HISTORIA DE
PORTUGUESA
A las 22:00 del 24 de abril de 1974, Emisores Asociados de Lisboa, con la voz del inconfundible locutor João Paulo Dinis -que había estado todo el día comido por los nervios- anunciaba la emisión de “E depois do adeus”, de Paulo de Carvalho, el tema con el que Portugal se había presentado al Festival de Eurovisión de ese año. Era la primera señal con la que los militares juramentados para derribar a la dictadura portuguesa se daban el aviso de que comenzaba una noche destinada a cambiar los destinos del país.
Emisores Asociados sólo se escuchaba en la capital y en algunas ciudades del cinturón metropolitano lisboeta -Almada, Barreiro, Montijo y, como mucho, Setúbal-. El Movimiento de las Fuerzas Armadas decidió usar otra emisora, de alcance nacional, para avisar a sus unidades en todo el país mediante la señal que se convertiría en el símbolo, junto al clavel, de aquel día memorable que sería el 25 de abril.
A eso de las 00:00 horas del mismo 25, Rádio Renascença, propiedad de la conferencia episcopal lusa y sin embargo con unos cuantos periodistas críticos con el régimen, iniciaba su programa literario y musical “Límite” con la canción “Grândola Vila Morena”. Esta composición, del tenaz y genial músico José “Zeca” Afonso, crítico con el gobierno hasta el punto de que sus canciones y recitales llegaran al punto de ser prohibidas por la censura o visitados por los agentes de la policía política con objeto de ser saboteados, se convirtió en la señal que, para todo el país, hizo que las operaciones se tornaran irreversibles. La revolución estaba en marcha y el MFA se lo jugaba todo a una carta. O, como gustaba de decir Otelo Saraiva de Carvalho, responsable de la coordinación de las operaciones, Alea jacta est!
En mayo de 1926, un golpe de estado contra la joven República Portuguesa encabezado por el general Fragoso Carmona instauraba la dictadura en nuestro país vecino. Poco después, el desastroso estado de las finanzas lleva al equipo militar de gobierno a llamar al joven y ambicioso profesor de la Universidad de Coimbra António de Oliveira Salazar (foto) a encargarse de la cartera de Hacienda.
El trabajo de Salazar acabó por servirle, en poco tiempo, para ascender a la presidencia del Consejo de Ministros, desde la cual transformaría el país en una cruel y opresiva dictadura al modo de los países fascistas que estaban surgiendo o consolidándose en los años treinta -Italia, Alemania o Austria-. Con la aprobación de una muy restrictiva constitución en 1933, Salazar se rodeó de un poder absoluto; redujo a un mero títere de sus deseos la presidencia de la República ; transformó las estructuras del estado a imagen y semejanza del corporativismo italiano y austríaco, denominando a su régimen “Estado Novo”; y se dotó de un aparato represivo sumamente eficaz y despiadado mediante una policía política (la PIDE o Policía Internacional y de Defensa del Estado) entrenada por la Gestapo alemana, millares de informadores desperdigados por todo el país y un conjunto de instituciones -Mocidade Portuguesa, Legião Portuguesa, União Nacional- al servicio del régimen.
Sin embargo, no todo era una existencia placentera para el salazarismo. En plena época de popularidad, en los años treinta, una fragata se amotinó y fue tomada por militares rebeldes contra la dictadura, escapando a América. El descontento de las clases populares comenzó a ser palpable cuando, en 1958, el general Humberto Delgado (a la izquierda, durante su campaña electoral, en Oporto) se presentó como candidato opositor a las elecciones a la presidencia de la República , prometiendo privar a Salazar de su posición dominante. Sólo el recurrente fraude electoral pudo salvar el pellejo al dictador portugués, pues Delgado, el “general sin miedo”, había ganado las elecciones de calle frente a Américo Tomás, candidato oficialista. Delgado hubo de huir y, más tarde, cayó víctima de una emboscada por la PIDE en Badajoz y su cadáver, junto al de su secretaria, fue abandonado en Villanueva del Fresno, en la misma provincia española.
En la década siguiente, la guerra colonial acentuaría aún más el descontento y conduciría de un modo irremediable a que éste penetrase en el seno del propio ejército.
EL IMPACTO DE LA GUERRA EN LAS COLONIAS
La situación de la metrópoli, con apenas 80.000 kilómetros cuadrados y nueve millones de habitantes, no era para echar cohetes. La editorial parisina Ruedo Ibérico revelaba que los datos de mortandad infantil eran semejantes a los del Tercer Mundo; el 35% de la población era analfabeta -un porcentaje mayor incluso al que asolaba la España con la que se encontró el régimen republicano en 1931, cuarenta y tres años antes de la revolución-; la tierra se trabajaba con métodos del Imperio Romano; apenas había 700.000 teléfonos y sólo un país de Europa ofrecía unas cifras de subdesarrollo peores: Albania.
Que en 1974 Portugal ofreciera estos indicadores se debía no sólo a la desastrosa política económica de Salazar, empeñado en usar métodos más parecidos, en palabras del veterano periodista Diego Carcedo, a las cuentas de la vieja que a los de los modernos economistas, sino también a la obcecación por mantener a toda costa las colonias de Angola, Guinea, Mozambique, Cabo Verde, São Tomé y Príncipe y Timor Este, cuya lucha por la independencia, de modo semejante a la llevada a cabo por Senegal, Congo, Kenia o Argelia, encontraba el cerril e inútil empeño del dictador de Santa Comba por mantenerlas, mandando contingentes de soldados cada vez más numerosos.
A principios de los sesenta, la India recién independizada se había hecho con las posesiones de Diu, Goa y Damao. En 1963 estallaron las rebeliones de Angola, Guinea y Mozambique. La guerra en Guinea, cuya rebelión estaba liderada por el carismático Amílcar Cabral (en la imagen),
estaba perdida para Portugal en la época de la revolución. Por muchos soldados que se mandaran, según confesaba el general Spínola, gobernador de Guinea y posterior protagonista, aunque de rebote, en el 25 de Abril a Salazar. La cruenta guerra alimentó aún más la emigración a Europa. EE.UU. y Brasil de los jóvenes y vació las academias de los hijos de las clases altas, propiciando su apertura para las clases más humildes y perdiendo así el carácter elitista que tenían. Oficiales como Vasco Lourenço, Melo Antunes, Otelo de Carvalho (foto) o Salgueiro Maia, que conocerían de primera mano los horrores de la guerra en África y protagonizarían la revolución, se formaron en esas academias popularizadas a la fuerza.
Capitanes, en su mayor parte, y demás oficiales que estuvieron en África observaron como su lucha por un gobierno que representaba los intereses de unos pocos privilegiados, en perjuicio de la gran mayoría del país y de las poblaciones nativas, les hicieron comprender a muchos -a Saraiva de Carvalho, por ejemplo, le aclararon también mucho las cosas las lecturas de Amílcar Cabral- que tenían más que ver con aquellos a los que combatían que con quienes recibían las órdenes. En Portugal, mientras tanto, los presos políticos eran asesinados en plena calle -como relataba el propio José Afonso en “A morte saiu à rúa”-, torturados en los penales de Caxias y Peniche o confinados en el campo de concentración del Tarrafal, en Cabo Verde. La situación se tornaba insostenible.
Salazar, víctima de una apoplejía provocada en 1968 tras un accidente doméstico, moría en 1970. Su sucesor, Marcelo Caetano, catedrático de la Universidad de Lisboa y tenido por hombre liberal,
había despertado ciertas expectativas de cambio, pero sus reformas fueron más una operación de maquillaje que un cambio real. Se encontró, además, con la intervención cada vez más obstruccionista del presidente Tomás, antes limitado a ser un mero espectador de los acontecimientos, y con las amenazas de golpe por la derecha. El descontento en las universidades, con manifestaciones en Coimbra y Lisboa, se solucionaba con la intervención de las fuerzas de seguridad y de la PIDE , algo que el propio Caetano, en su época de rector, había paradójicamente denunciado.
En 1973, a consecuencia de la desarticulación de una trama golpista de derechas, protagonizada por el ex gobernador de Mozambique, general Kaúlza de Arriaga, tuvo lugar un acto definido como de vasallaje por el que los generales fueron obligados a rendir pleitesía al gobierno. Dos de ellos, Costa Gomes y Spínola (en la imagen de abajo a la derecha), se negaron a participar junto al resto de la “brigada del reumatismo”, como fueron popularmente bautizados, y acabaron por ser destituidos. Spínola había publicado “Portugal e o futuro”, un libro que batió récords de ventas en el país y que establecía como solución al conflicto colonial la inclusión de las colonias en un sistema federal al estilo de la Commonwealth británica. Costa Gomes y Spínola formarían parte de la Junta de Salvación Nacional que se haría cargo del poder tras la caída del régimen.
Al mismo tiempo, la gota que colmaba el vaso para los miembros del posterior MFA fue un decreto que igualaba en el escalafón a los oficiales de complemento con los de carrera. Tras la presentación de un respetuoso escrito al gobierno, que fue ignorado, y bajo esta excusa, una reunión en las cercanías de Évora llevó a la formación del Movimiento de los Capitanes, germen del MFA.
EL DESARROLLO DE LAS OPERACIONES
En marzo de 1974, tanques del regimiento de Caldas da Rainha, un municipio del distrito de Leiría, se adelantaban a la rebelión. Sin embargo, este ensayo general no previsto no llegaría a alterar los planes. Desde el cuartel de Pontinha, en las cercanías del estadio de fútbol de Da Luz, al NO de Lisboa, el COPCON (Comando Operativo del Continente) liderado por Saraiva de Carvalho siguió a lo largo de la madrugada y el día del 25 de abril de 1974 el exitoso desarrollo de las operaciones.
El país entero, mientras el gobierno dormía y la PIDE parecía no enterarse de nada, se puso en pie de guerra. Las Azores y Madeira se alzaban con el objetivo de prepararse para recibir, en su primera etapa del exilio, al gobierno dictatorial. Mafra, Vendas Novas, Oporto, Beja, Santarém, Évora, Viseu… cualquier ciudad con cuartel se sublevaba y significaba una pérdida de apoyo para el salazarismo, que en poco tiempo sólo podría contar con la PIDE , la Guardia Nacional Republicana y un puñado de generales que desconocían cómo se movían aquellos capitanes jóvenes -“demasiado para poder comprarlos”, en palabras del propio Caetano-, cuyo aprendizaje se había efectuado en las selvas africanas y a fuerza de enfrentarse al PAIGC, el FRELIMO, la UNITA y otros movimientos de liberación anticolonial.
En Lisboa, centro neurálgico que decantaría la victoria, los rebeldes se hicieron pronto con la Radiotelevisión Portuguesa , situada en el norteño barrio de Lumiar, impidiendo así que la dictadura tuviera su principal vehículo de movilización social; con la emisora Rádio Clube Português, desde la que emitirían sus comunicados; con los cuarteles más importantes; pondrían cerco a los ministerios, con el regimiento de tanques de Santarém, liderado por Salgueiro Maia (en la foto, entrevistado in situ durante el 25 de abril), desde tierra en la propia Plaza del Comercio,
y el de artillería de Vendas Novas acechando desde la otra orilla del Tajo a cualquiera que intentara hostigarles desde las aguas.
El aeropuerto de Portela estaba también en manos del MFA y, para colmo de males (en el caso del gobierno) la marinería se levantaba contra sus jefes, poniéndose del lado del MFA.
Lisboa se convirtió en una fiesta al aire libre. Comenzaron a aparecer colchas en los balcones -ritual festivo típico-, adornos navideños, banderas rojiverdes e incluso rojas con la hoz y el martillo. Vecinos hartos de aguantar a vecinos salazaristas ponían la radio a todo volumen y los más jóvenes improvisaban bailes en la calle. El alborozo se desplazó a la Plaza del Comercio, donde miles de lisboetas saludaban a los tanques de Santarém, elevando la moral de unos soldados a los que daban de comer y beber. El clavel como símbolo fue proporcionado por una camarera del restaurante Francinhas, que tras llevárselos del local, comenzó a repartirlos a los soldados. Su ejemplo fue pronto imitado por los ciudadanos. Las tropas comenzaron a colocarlos en las bocanas de los fusiles, en las solapas de los uniformes e incluso en los cañones de los tanques.
Tras unas horas tensas de angustia, la situación en el Carmo se desatascó con la intervención de Spínola, ante el que, por mera formalidad, Caetano quiso presentarle su dimisión “para que el poder no cayera en la calle”. Spínola consultó con Saraiva de Carvalho y el COPCON en Pontinha por vía telefónica, que le concedió el permiso para recibir la dimisión de Caetano. El ya ex jefe del Consejo de Ministros, el ex presidente de la República Américo Tomás y los miembros del difunto gobierno fueron conducidos a Portela, desde donde un avión les condujo, vía Ponta Delgada, capital de las Azores, a Brasil. Al borde de la medianoche, el general Spínola, presidiendo la Junta de Salvación Nacional (en la imagen inferior), se presentaba a la nación a través de la Radiotelevisión Portuguesa con el programa del MFA. El programa básico de las “Tres Des”: Democratizar, Desarrollar, Descolonizar.
(A la derecha, portada del 26/04/1974 del "Diário de Lisboa" con el titular "Caxias cayó. Liberados los presos, detenida la DGS/PIDE")
Portugal ofreció aquel 25 de abril un ejemplo que, pese a las esperanzas quebradas con posterioridad, demostró que hasta las mayores quimeras pueden hacerse realidad. Mezcla de azar y planificación, de entusiasmo y voluntad, con ciertas gotas de improvisación, sirvió en bandeja una bofetada irónica servida por el hermano “menor y pobre” de la Península a sus vecinos españoles, que no fueron capaces, pese al intento frustrado de la UMD , de hacer algo igual respecto de Franco.
Para saber más:
Centro Documental 25 de Abril-Universidade de Coimbra
Antonio Tabucchi, “Sostiene Pereira”, Anagrama.
José Saramago, “Levantado del suelo”, Alfaguara.
Julio Diego Carcedo, “Fusiles y claveles. La Revolución del 25 de abril en Portugal”, Temas de Hoy.
Germano Almeida, “Doña Pura y los camaradas de abril”, Ed. El Cobre.
Josep Sánchez Cervelló, “La Revolución de los Claveles en Portugal”.