sábado, 11 de febrero de 2012

CIGARRERAS DE LAVAPIÉS

CURIOSIDADES MADRILEÑAS

CIGARRERAS DE LAVAPIÉS
REBELDÍA ECHANDO HUMO EN LA CALLE EMBAJADORES


La construcción de la Fábrica de Tabacos de Embajadores, conocida en la actualidad como La Tabacalera y con un uso muy diferente al industrial, data del reinado de Carlos III. El despotismo ilustrado tenía en mente, entre otras cosas, la construcción de manufacturas que dieran empleo e ingresos al país y a la corte tales como fueron las fábricas de vidrio, cerámica o tapices, cuyos vestigios podemos encontrar en La Granja (Segovia) o en Béjar (Salamanca), ya en la naciente época industrial.
Es por eso que el rey ilustrado, denominado mejor alcalde de Madrid (denominación que podría, en nuestra modesta opinión, extenderse a otros ediles sin el porte regio pero al menos refrendados en la urnas, casos del republicano Pedro Rico o del “viejo profesor”, Enrique Tierno Galván) patrocinó la construcción de este espacio de 28.000 metros cuadrados en lo que entonces era el Portillo de Embajadores, el final de Madrid, y cuando el barrio se conocía como El Avapiés (y que por deformación lingüística acabó llamándose Lavapiés).
El origen de la factoría, denominada como Real Fábrica de Aguardientes y Naipes, viene de la necesidad de colocar en un sitio determinado los productos estancados, monopolio del Estado y sujetos a venta restringida (tal es el significado de la palabra “estanco”), tales como el aguardiente, los licores, las barajas de juego, el papel sellado y el “depósito de efectos plomizos”, sobre los que la Hacienda Pública cobraba un impuesto especial, como sigue sucediendo ahora en el caso del tabaco, el alcohol o el combustible. Sin embargo, la elaboración del aguardiente y las barajas duró poco tiempo al concederse la elaboración del primero a la condesa de Chinchón (que dio nombre al famoso anís que aún hoy se hace en el municipio) y de las segundas a Heraclio Fournier, un súbdito de origen belga que continuó su fabricación en Vitoria, donde aún continúa.
Con la invasión napoleónica, sin embargo, tuvo lugar un hecho que transformó la fábrica, sumida en un cierto declive. Usada como acuartelamiento por los franceses, la falta de provisiones de tabaco, que tenía que desplazarse desde las lejanas y a veces declaradas en rebeldía ciudades de Sevilla, Alicante o Cádiz, se convertía en un problema serio. Sin embargo, en Lavapiés existían talleres clandestinos de elaboración de cigarros, en manos de mujeres. La solución pasó por hacer legal lo ilegal: en poco tiempo, aquel edificio que servía de cuartel se convirtió en una verdadera fábrica cuyas obreras fueron aquellas mujeres cigarreras que trabajaban en la clandestinidad. El día 1 de abril de 1809, festividad de San Venancio, abrió la nueva Fábrica de Tabacos, donde comenzaron su trabajo 800 cigarreras. En 1853 el número de obreras aumentó a 3.000 y en 1890 a 6.300, en una ciudad que por aquel entonces sólo tenía trescientos mil habitantes.
La concentración fabril femenina en un barrio como el de Lavapiés, que pronto se convirtió en un área obrera y fabril de las más antiguas de Madrid (y obviamente distinto a su configuración actual) pronto llevó a una movilización colectiva de las mujeres por sus derechos laborales y de género. De este modo, incluso antes de la fundación de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista por Pablo Iglesias en 1888 o de la Confederación Nacional del Trabajo en 1910, las mujeres cigarreras ya protagonizaron a lo largo del siglo XIX reivindicaciones importantes a lo largo de aquel pequeño mundo que eran los aledaños de la fábrica: las calles de Peñuelas, Embajadores, Miguel Servet, Mesón de Paredes, Tribulete, Sombrerete y Ercilla.
Así, la introducción de maquinaria y la mala calidad de la hoja de tabaco, que hacía más costosa la elaboración y reducía el jornal (las obreras trabajaban a destajo) fueron causa de movilizaciones a lo largo de la centuria, con intervenciones de la fuerza pública. De este modo, un observador de la época, Rodríguez Solís, llegaría a escribir que “un conflicto en la fábrica de cigarros es un asunto más grave de lo que parece. Son más de cuatro mil mujeres, que dan un contingente al menos de ocho mil hombres, padres, hijo, hermanos, maridos y amantes, de la llamada gente del bronce” (o tercer estado o clase obrera, llámenlo como quieran).
En la evolución histórica del edificio, destaca la adecuación y uso real de algunos espacios concretos no estrictamente productivos vinculados a la condición femenina del personal. Así, el temprano funcionamiento de una escuela-asilo para los hijos de las cigarreras —aprobado en 1840 por iniciativa personal de Ramón de la Sagra— o los diferentes lugares destinados a la lactancia que ha conocido la historia de la fábrica. Ejemplos de esta significativa ocupación espacial fueron la llamada “sala de leche”, establecida en los años veinte en la portería de mujeres, y la habitación con cunas y camas para los hijos de las operarias, improvisada junto a los talleres de puros en la última planta del edificio durante la Guerra Civil. Son ejemplos de consecuciones a través de esa lucha obrera, y que poco tienen que ver con el mito de la Carmen sensual y marrullera a la vez de Prosper de Merimeé.
En los años 1930, la presidenta del sindicato Federación Tabaquera, Eulalia Prieto, lanza el primer número de Unión Tabacalera, órgano sindical que describe la vida y condiciones de trabajo de las cigarreras. Inicialmente beligerante con la República “burguesa”, sin embargo pronto la Federación Tabaquera tomará partido por un nuevo régimen que, en sus propias palabras, han de celebrarlo sobre todo las propias mujeres. No en vano, Mary Nash, historiadora y catedrática en la UB, destaca que las medidas de protección sociolaboral a las mujeres en la época republicana se adelantaron a las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo: seguros de vejez, accidente, invalidez, maternidad; firma de convenios y leyes que fijaron condiciones de trabajo en oficios desempeñados fundamentalmente por mujeres; Ley del Contrato para evitar los abusos en el trabajo del servicio doméstico; o extensión de la jornada de ocho horas también para el trabajo femenino.
De este modo, no resultaría extraño que en los años de guerra, de la fábrica y de los talleres de Embajadores, así como de otras fábricas del Estado, salieran destacadas líderes obreras como la ya nombrada Eulalia Prieto o Encarnación Sierra, que se comprometieron y militaron en la lucha femenina contra el fascismo. Como mujeres trabajadoras —reclutadas desde niñas y adiestradas en las labores del humo, y del vivir, por sus propias madres y abuelas—, las cigarreras manifestaron una temprana conciencia social y una sorprendente capacidad de movilización y lucha obrera. En defensa de sus condiciones de trabajo, como grupo social, la presencia y solidaridad de las cigarreras se destacó en manifestaciones públicas, populares motines de subsistencia, protestas de carácter político, de estudiantes o en las numerosas muestras de apoyo ante las frecuentes tragedias que azotaban a las clases trabajadoras madrileñas.
Esperamos que el nuevo CSA que es La Tabacalera prosiga aquella labor de concienciación social que nunca se ha de perder, por el presente y el futuro de Madrid y la Humanidad.

2 comentarios:

  1. Hola chicos, gracias por este pedacito de historia, así se debería estudiar la historia

    ResponderEliminar
  2. Muchas Gracias por la info! Me viene muy bien para documentarme

    ResponderEliminar