El día que tengamos portada, para el primer número esta será la imagen. Gracias a Leo.
martes, 29 de noviembre de 2011
CURIOSIDADES MADRILEÑAS
ÓPERA O LA EFÍMERA PLAZA DEL MÁRTIR DE JACA
“¡Se ha llamado tantas cosas…! Fue arenal de la abadía, paseo de las Descalzas, Caños del Peral, Plaza de Isabel II, de Fermín Galán, de la Ópera y ahora otra vez de Isabel II.” Así se expresa uno de los personajes de la novela “Octubre, octubre”, de José Luis Sampedro, para referirse a los sucesivos nombres de la plaza de Ópera, una de las más concurridas de Madrid. Es una de las curiosidades de esta plaza sometida a sucesivos lavados de imagen -casi tantos como los que ha tenido que sufrir la estatua de la reina decimonónica a causa de los excrementos aviares- que cuenta con el posiblemente único teatro de la ópera del mundo con forma de ataúd.
Nos situamos en el 14 de abril de 1931. El día jubiloso en que el pueblo madrileño celebra la proclamación de la República reviste en el cercano Palacio Real tintes dramáticos. La reina y sus hijos temen sucesos parecidos a los que tuvieron lugar no hace demasiados años a los pies de los Urales con la escabechina de la familia imperial rusa. Un cordón de jóvenes socialistas vigila que no haya excesos similares. Sin embargo, en Madrid la algarabía republicana sí se cobra una víctima regia: la efigie de la segunda de las isabeles cae de su pedestal y es trasladada, cuenta el historiador norteamericano Gabriel Jackson, al convento de las Arrepentidas. ¿Sorna? Probablemente. Es un cambio extraoficial que pronto tendrá consecuencias en el callejero madrileño. Isabel II, la reina de la “camarilla”, madre y abuela de los alfonsos que rigieron el desprestigiado sistema de alternancia y caciquismo que abrió sus brazos al paternalismo dictatorial de Miguel Primo de Rivera, y que fue derrocada en 1868 por su incapacidad para otorgar los destinos del país a las fuerzas progresistas, dejándolo a merced de los más reaccionarios, dejó de dar nombre a la plaza para dejar sitio a un apuesto y malogrado capitán del ejército convertido en héroe del nuevo régimen republicano: Fermín Galán.
Galán, junto a su compañero en la guarnición de Jaca (Huesca) Ángel García Hernández, se sublevó el 12 de diciembre de 1930 proclamando anticipadamente la República en la localidad y marchando hacia la capital oscense. La sublevación, que se adelantaba a los planes del hoy gobierno provisional y por entonces Pacto de San Sebastián, fue un fracaso, seguida tardíamente por la guarnición de la base aérea de Cuatro Vientos, que distribuyó desde el aire madrileño panfletos propagandísticos. El juicio posterior, que se reveló irregular y acabó con el fusilamiento de Galán y García Hernández, acabó convirtiendo a ambos en los primeros mártires de una República aún no proclamada. De 1931 a 1939, Galán dio nombre tanto a la plaza como a la estación de metro.
Poco después sufrieron cambios en su denominación la plaza de Oriente, que se denominó plaza de la República, y cuyo palacio sería de 1931 a 1936 (hasta el traslado del gobierno republicano a Valencia durante la guerra) sede de la presidencia de la misma, y la calle Princesa, que pasó a homenajear al afamado escritor y republicano valenciano Vicente Blasco Ibáñez. La hoy avenida de Alfonso XIII tenía entonces la denominación de avenida de Carlos Marx, pero no por la orientación socialista o comunista del ayuntamiento, pues el alcalde madrileño de entonces, el orondo y bonachón abogado Pedro Rico, pertenecía al centro izquierda republicano. El hermano de Fermín Galán, Francisco, fue, por su parte, uno de los destacados jefes del Quinto Regimiento comunista que participaron en la defensa del Madrid republicano junto con Enrique Líster, Juan Modesto, Valentín González El Campesino o el matemático y físico Juan Tagüeña, posterior oficial del ejército de la URSS.
ESPACIOS
EL PALACIO ENCANTADO
EL PALACIO DE GAVIRIA, CONSTRUIDO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX, Y CON VARIOS USOS EN SU LARGA HISTORIA, VIVE HOY INMERSO EN UN PROCESO DE AGITADA TRANSFORMACIÓN - EL CIERRE DE LA DISCOTECA QUE OCUPABA EL RECINTO PALACIEGO Y LA ADQUISICIÓN DE LOS LOCALES DE LA GALERÍA COMERCIAL ADJUNTA PARA ACTIVIDADES CULTURALES Y ARTÍSTICAS MARCAN EL INICIO DEL PRESENTE SIGLO - HABLAMOS CON ALGUNOS DE LOS PROTAGONISTAS DE ESTA NUEVA ETAPA.
La entrada al Palacio de Gaviria saluda con una placa que recuerda su abolengo y su longevidad. Construido para el uso de uno de los miembros del gabinete de Isabel II (¿o tal vez de la regente María Cristina? Parece más bien de ésta última, pues a pesar de la precocidad de gobernanta de la “reina niña” no parece que concediera tales honores en fechas tan tempranas), en los últimos años no tiene la misma utilidad. ¿Qué noble o burgués potentado querría vivir al lado de Cortilandia en invierno o de las chanclas con calcetines en verano? Hoy existen para eso las urbanizaciones de La Moraleja, Majadahonda, Paracuellos (para “princesas del pueblo”…) o Ibiza (para hijos de baronesas con las que no se hablan y duquesas con subvenciones de la Unión Europea).
A un lado, la entrada a la discoteca que cerró sus puertas por razones misteriosas que no tardarán en ser aclaradas. El recinto palaciego en sí. Al otro, la galería comercial, posiblemente una de las más antiguas de Madrid, donde Olivia, una de mis anfitrionas, me comenta que aquí había unas colas kilométricas para realizar compras. “Debían ser los tiempos en los que sólo existían Galerías Preciados” (ya ha llovido, quizá lo recuerden los más viejos del lugar) “y esto”, observo. De un viejo esplendor que no puedo recordar porque no lo he vivido no quedan más que escasas tiendas de decomisos: relojes, radios, aparatos electrónicos cuyo abolengo fue célebre en tiempos pasados. Como el del ministro real.
Tomo el ascensor a la segunda planta. Realmente el montacargas, confusión que me lleva a pasar momentos de susto por el ruido que hace al subir. En La Perla Negra encuentro a Jacobo, un viejo amigo, junto a su novia. Les saludo con afecto. Como Luther King, ellos también tienen un sueño. Y su entusiasmo hace probable que lo consigan. Es un entusiasmo contagioso. En la planta de abajo, Jacobo me muestra el kiosco donde había una ya extinta tienda de relojes y en la que piensa abrir una tetería. El kiosco se abre frente a un espacio central, bajo la bóveda de la galería, sobre un suelo acristalado. “Aquí podríamos poner unas alfombras y unos pufs, incluso unas hamacas. Sería un punto de encuentro entre la gente que viene a los diferentes sitios”, comenta.
¿Sitios? No parece que haya mucho movimiento. Si las tiendas se están vendiendo, si no hay clientela, si hay crisis… Y es precisamente la crisis lo que está haciendo que los comerciantes tradicionales abandonen el lugar. Sus negocios ya no salen rentables y están vendiendo o alquilando los locales a gente joven, con nuevos proyectos, a unos precios que antes de la “burbuja inmobiliaria” serían inimaginables. Una escuela de claqué, un centro de artes marciales, una tienda de trueque, una sala de teatro como es La Perla Negra, una productora cinematográfica… Apenas queda nada de aquellos comercios que vendían, compraban y cambiaban videojuegos o tenían ofertas de camisetas, polos y prendas deportivas. Jacobo me sigue comentando: para su tetería tendría que hacer obras de toma de agua y de salida de humos. Mira al techo como quien mira al futuro. Sonríe después. Parece que nadie puede quitarle la ilusión del niño que espera la Navidad. Del techo, de la cúpula, cuelga también la posibilidad de que, dentro de poco, veamos a acróbatas circenses haciendo un número con cintas deslizándose y jugando con ellas. Lo veo con él. Los acróbatas se convierten en los duendes de este palacio encantado. Me gusta.
Volvemos a La Perla Negra. Anoto la información recibida en la salita de entrada cuando del interior surge Araceli. Esta alicantina de Denia, al revés que en la canción de Serrat, dejó el mar y se vino a los montes (a los pies, bueno más bien a estas uñas de la Sierra de Guadarrama que son los Madriles) para proseguir su pasión artística y escénica. Organiza talleres de mimo, clown, máscaras… en Matrix (o en el mundo real, según los ojos con que se quiera ver) se dedica a más o menos lo mismo: actriz, malabarista, maquilladora de “bodypainting”… Durante el descanso, la veo no parar un momento. Me comenta que en la propia Perla Negra van a reunirse los miércoles un grupo de poesía y su intención de colaborar en PAPARRUCHAS. ¿Quién puede negarse?
Pero, ¿cómo surge La Perla Negra? Olivia, actriz y animadora de fiestas infantiles, me explica que la idea surge de un grupo de actores y actrices que realizaban actuaciones en el Metro (¿“Noviembre”?) y querían tener un sitio donde reunirse. Sin embargo, los diferentes proyectos personales de cada uno fueron posponiendo el proyecto. Hasta que uno de ellos, Juanma, aterrizó en la escuela de claqué de la planta de abajo, que posiblemente sea uno de los lugares artísticos más veteranos en esta nueva vida del palacio, con sus dos años (obras incluidas) de andadura. Hay renació aquella vieja idea. Las gestiones junto con Andrés, profesor y propietario de la escuela, hicieron que finalmente se consiguiera el local donde hoy se ubica la sala, una antigua tienda de ordenadores a la que hubo que remodelar “with a little help from my friends” (The Beatles dixit).
Hoy en día han quedado atrás los tiempos en que doce y luego seis socios sostenían económicamente la sala. Los comienzos difíciles, de supervivencia gracias a la ayuda de amigos y del resto de comerciantes y emprendedores del palacio que acudían a ver los espectáculos, hicieron que se pasara el verano y que la sala pudiera enfrentarse al reto de convertirse en asociación cultural. El cambio de estación ha supuesto un giro de ciento ochenta grados. La programación de la sala, los ingresos por talleres y ensayos y la publicidad por diferentes medios (Internet, boca a boca…) ha hecho que el trabajo de sus miembros se haya visto recompensado y que, incluso, se haya abierto un nuevo espacio dentro del mismo recinto.
No todo el mundo pertenece al espectáculo en sentido estricto. Marc es un joven abogado y miembro también de La Perla Negra. Él me pone en conocimiento del porqué del cierre de la discoteca que ocupaba los aposentos del ilustre propietario. Al parecer, el exceso de aforo hizo que las autoridades precintaran el espacio ante el riesgo de un desastre poco menos que similar al de Alcalá 20 -la mítica discoteca ochentera en la que perecieron decenas de víctimas por un incendio- por causa de un derrumbamiento. Pero los propietarios de la misma esperan abrirla en breve e incluso han registrado la marca “Palacio de Gaviria”, de tal suerte que su uso como nombre comercial en panfletos propagandísticos para cualquier otro local sería objeto de pleito. Pero, de momento, hay un pleito que están perdiendo contra el tiempo: la cultura comercial -si ambos conceptos son compatibles- de la música de baile, las copas caras y el negocio está perdiendo frente al entusiasmo y la vitalidad de sus vecinos de al lado. La audacia sin medios de un palacio encantado.
UN VERANO ALEMÁN
ALEMANIA Y VERANO NO SON PALABRAS INCOMPATIBLES PARA ALGUNAS DE LAS PELÍCULAS MÁS ENTRAÑABLES E IMAGINATIVAS DEL NUEVO CINE ALEMÁN - “LOS EDUKADORES”, “GOOD BYE LENIN!”, O “VERANO EN BERLÍN” SON ALGUNOS EJEMPLOS DE CÓMO EN LA CAPITAL GERMANA SE HAN DESARROLLADO HISTORIAS QUE NO SÓLO TIENEN LUGAR EN EL ESTÍO, SINO QUE TRAEN UN POCO DE SENTIMIENTO Y COLOR DESDE UN PAÍS PARADIGMA DE LO FRÍO Y CUADRICULADO - NADJA UHL, DANIEL BRÜHL, JULIA JENTSCH O LA RUSA CHULPAN KHAMATOVA SON ALGUNOS ROSTROS QUE APARECEN EN ELLAS.
Cuando llega una noticia procedente de Alemania, casi toda Europa se echa a temblar. Ya lo hacíamos en los años de entreguerras y parece que, últimamente, le estamos cogiendo un morboso (mal) gusto a que el Bundesbank, el Banco Central Europeo o la canciller Angela Merkel nos sacuda los nervios y la cartera con alguna catástrofe económica o una nueva vuelta de tuerca, incluso contra los propios alemanes.
Por fortuna, no todo lo alemán se acaba en la economía, las fábricas de coches y la tecnología que es usada incluso en la teleestaf…digo, la teletienda como imagen de eficacia de lo que nos quieren vender. Siempre nos quedará su cinematografía, viva, variada, quizá alejada de lo comercial (en el sentido de producción hollywoodiense de éxito, aunque haya quien, como George Clooney y Tobbey Maguire, se hayan acercado al pasado del país -“El buen alemán”, junto a Kate Blanchet- para engrosar filmografías y cuentas corrientes propias), pero cosechando aún así el éxito de la crítica y los aplausos del público.
El asunto viene de lejos. ¿Qué cinéfilo no recuerda “Nosferatu” o “Metrópolis”, del gran Fritz Lang y otras producciones vanguardistas de la UFA? Por supuesto, no vamos a establecer comparaciones. Fritz Lang fue un mago en una época donde el cine aún era considerado casi como una herejía y muchos clérigos radicales suspiraban por poder mandar a la hoguera a los hermanos Lumière. Aquellas vanguardias artísticas no eran tampoco del agrado del Tercer Reich, que obligaron a Lang, como a otros muchos (Sigmund Freud, Thomas Mann,…), a tomar las de Villadiego. Para vampiros, ya hubo sobradas muestras en la realidad.
En Alemania, hoy día, se explora toda esa historia. Sus dos regímenes, el nazi y el comunista de la RDA. No les asusta, salvo a los nostálgicos y los radicales (o ambas cosas) decir qué es lo que pasó. El cine contribuye en la actualidad a conocer esa historia. Al contrario que aquí, no se alzan voces diciendo “otra maldita novela/película, etc. sobre el nazismo/la Stasi/Hitler/Autschwitz/la RDA…”. Gracias a ese estado de ánimo colectivo, hemos podido encontrar auténticas joyas y explorar papeles de actores y actrices cuyas brillantes actuaciones les han valido, incluso, que sus filmes sean galardonados con el Oscar a mejor película extranjera.
Julia Jentsch es un ejemplo. Esta menuda y joven actriz alemana cautivó al público por su interpretación de la joven heroína Sophie Madeleine Scholl en “Sophie Scholl. Los últimos días”. Scholl, estudiante de la universidad de Munich y activista del grupo opositor antinazi “La Rosa Blanca”, es atrapada junto a su hermano tras imprimir una serie de panfletos pidiendo, tras el desastre alemán en Stalingrado, el cese de la lucha por parte de los ejércitos nazis en una guerra que no serán capaces de ganar. Jentsch, como aquella a quien interpreta, reluce más en medio de los gigantes escenarios (la universidad, el tribunal), buscando el sol que representa tanto al Dios de su fe cristiana como la reafirmación en la justicia de su causa. Sus diálogos con el inspector de la policía, firme y sin alteraciones, llegando a desquiciar verbalmente al propio agente, sobrecogen por su fuerza de verdad.
Jentsch comparte pantalla en nuestro primer filme auténticamente veraniego, “Los edukadores”, con un viejo conocido - viejo no por edad- por estos pagos: Daniel Bruhl. Junto a ellos, el joven de origen croata Stipe Erceg. Este trío de jóvenes precarizados en medio de una sociedad consumista y con jefes que conducen coches caros y viven en lujosas casas de los barrios más exclusivos de Berlín se convierten de noche en un grupo de pacíficos protestones que entran en las casas de los anteriores, sin robar ni destrozar nada, pero alterando el orden del mobiliario y la decoración, con objeto de someter al miedo y, más tarde, a la reflexión a estos potentados. Pero un día todo se complica cuando, en medio de estas maniobras, el dueño de la casa (el veterano actor Burghart Klaussner) irrumpe en escena y se ven obligados a secuestrarle. Se establece entre los cuatro un diálogo en el que el veterano millonario recuerda sus tiempos de revolucionario estudiantil y los jóvenes le reprochan su aburguesamiento actual. ¿Podrá la amistad que, sin embargo, va naciendo poco a poco, superar el conflicto que surgirá obligatoriamente el día después del secuestro? Por momentos amarga, por momentos hilarante, la película puede ser el reflejo de una generación cansada de las promesas incumplidas del progreso capitalista.
Brühl se dio a conocer en nuestro país y, prácticamente, en todo el mundo con “Good bye Lenin!” (lo que le abrió las puertas para otros proyectos internacionales como el desarrollado precisamente en España, “Salvador (Puig Antich)”, interpretando al joven anarquista asesinado por la Brigada Político Social). Actor alemán nacido en Barcelona, participó en un filme en el que él, junto con el director Wolfgang Becker, eran los únicos alemanes occidentales del elenco. Y la cosa tiene su aquel, porque interpreta al hijo de una mujer (Katrin Saas) que milita desde los años setenta en el SED, el antiguo partido único de la RDA. Una socialista de comportamiento ético intachable, algo utópica, gorbachoviana, que entra en coma al ver a su hijo ser golpeado por la policía en una manifestación contra el tambaleante régimen de Erich Honecker. Al despertar tras la caída del muro y sin saber que las dos Alemanias están en proceso de reunificación, Brühl, con las reticencias de su hermana (Maria Simon) y la inicial desconfianza de su novia, la enfermera rusa Lara (Chulpan Khamatova, a quien recientemente hemos podido ver en el film luso “América: Una historia muy portuguesa”) trata por todos los medios de que su madre siga pensando que viven en la RDA, pero en una RDA más parecida al pensamiento de su madre que al férreo régimen que habían conocido.
“Good bye Lenin!” aparece insertada dentro de una corriente denominada bajo el neologismo “östalgie”, que viene a significar “nostalgia del Este” (öst es Este en alemán). Muy al contrario es el tratamiento que se hace de la dictadura en la oscarizada “La vida de los otros” (Florian Henckel Von Donnersmarck). El retrato del procedimiento que sigue la policía para la seguridad del Estado (Stasi, en su acrónimo alemán) para vigilar al escritor Georg Dreyman (interpretado por Sebastian Koch) de quien se sospecha por su ideología heterodoxa, así como el veto que se realiza contra su mujer (Christa-Maria Sieland, encarnada por Martina Gedeck), amante del ministro de Cultura, a que pise un solo escenario más de la RDA al rechazar volver a tener sexo con él, salvo que colabore con las propias fuerzas de seguridad, es desolador. De esta situación sólo podrá salvarles la actitud, suicida y valiente a la vez, del implacable capitán Wiesler (Ulrich Muhe), encargado de la vigilancia de la pareja. La tensión en aumento (en el lenguaje; en los gestos, que por otro lado siempre son comedidos, casi de autómata, en el policía), el gris que rodea la calle, que aparece en la vestimenta de los policías, la opresiva luz blanca en el edificio de la policía, tanto en la clase de los nuevos reclutas como en la sala de interrogatorios… Hacen de él un filme auténticamente brillante.
Pero después de ese frío helador que nos ha recorrido el espinazo con “La vida de los otros”, retornamos al calorcito veraniego (que tampoco es excesivo allí en Prusia) para asomarnos al balcón de dos mujeres, Nadja Uhl (Katrin) e Inka Friedrich (Nike), protagonistas precisamente de “Verano en Berlín”. Vecinas que se convierten en amigas y que no terminan de encajar en una vida que lo que hace es encajarles bofetadas. Si se hubiera narrado como un dramón de sobremesa, hubiera resultado absolutamente infumable porque hubiera tenido mucho de cortarse las venas y de clamoroso pestiño. A la más joven la chulea un camionero que se ríe de su trabajo de asistente social y no abre los ojos a esa situación como pretende hacerle ver su amiga; pero al ver el caso de la otra, no sabemos quién está peor: no tiene un empleo estable, bebe y aunque quiere no es capaz ni de tener la pareja que desea ni de pasar el tiempo que querría con su hijo. Sin embargo, una sabia mezcla de comicidad, de gamberrismo verbal, de irreductibilidad y de complicidad entre las dos hacen de “Verano en Berlín” una película gratificante como su canción, “Gutten mörgen, sunshine!”, con la cual resulta imposible ponerse triste. Esperamos que este repaso al cine alemán de hoy haya sido de su agrado y no deje resaca. “Salutt!”
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