martes, 29 de noviembre de 2011

UN VERANO ALEMÁN

ALEMANIA Y VERANO NO SON PALABRAS INCOMPATIBLES PARA ALGUNAS DE LAS PELÍCULAS MÁS ENTRAÑABLES E IMAGINATIVAS DEL NUEVO CINE ALEMÁN - “LOS EDUKADORES”, “GOOD BYE LENIN!”, O “VERANO EN BERLÍN” SON ALGUNOS EJEMPLOS DE CÓMO EN LA CAPITAL GERMANA SE HAN DESARROLLADO HISTORIAS QUE NO SÓLO TIENEN LUGAR EN EL ESTÍO, SINO QUE TRAEN UN POCO DE SENTIMIENTO Y COLOR DESDE UN PAÍS PARADIGMA DE LO FRÍO Y CUADRICULADO - NADJA UHL, DANIEL BRÜHL, JULIA JENTSCH O LA RUSA CHULPAN KHAMATOVA SON ALGUNOS ROSTROS QUE APARECEN EN ELLAS.

Cuando llega una noticia procedente de Alemania, casi toda Europa se echa a temblar. Ya lo hacíamos en los años de entreguerras y parece que, últimamente, le estamos cogiendo un morboso (mal) gusto a que el Bundesbank, el Banco Central Europeo o la canciller Angela Merkel nos sacuda los nervios y la cartera con alguna catástrofe económica o una nueva vuelta de tuerca, incluso contra los propios alemanes.

Por fortuna, no todo lo alemán se acaba en la economía, las fábricas de coches y la tecnología que es usada incluso en la teleestaf…digo, la teletienda como imagen de eficacia de lo que nos quieren vender. Siempre nos quedará su cinematografía, viva, variada, quizá alejada de lo comercial (en el sentido de producción hollywoodiense de éxito, aunque haya quien, como George Clooney y Tobbey Maguire, se hayan acercado al pasado del país -“El buen alemán”, junto a Kate Blanchet- para engrosar filmografías y cuentas corrientes propias), pero cosechando aún así el éxito de la crítica y los aplausos del público.

El asunto viene de lejos. ¿Qué cinéfilo no recuerda “Nosferatu” o “Metrópolis”, del gran Fritz Lang y otras producciones vanguardistas de la UFA? Por supuesto, no vamos a establecer comparaciones. Fritz Lang fue un mago en una época donde el cine aún era considerado casi como una herejía y muchos clérigos radicales suspiraban por poder mandar a la hoguera a los hermanos Lumière. Aquellas vanguardias artísticas no eran tampoco del agrado del Tercer Reich, que obligaron a Lang, como a otros muchos (Sigmund Freud, Thomas Mann,…), a tomar las de Villadiego. Para vampiros, ya hubo sobradas muestras en la realidad.

En Alemania, hoy día, se explora toda esa historia. Sus dos regímenes, el nazi y el comunista de la RDA. No les asusta, salvo a los nostálgicos y los radicales (o ambas cosas) decir qué es lo que pasó. El cine contribuye en la actualidad a conocer esa historia. Al contrario que aquí, no se alzan voces diciendo “otra maldita novela/película, etc. sobre el nazismo/la Stasi/Hitler/Autschwitz/la RDA…”. Gracias a ese estado de ánimo colectivo, hemos podido encontrar auténticas joyas y explorar papeles de actores y actrices cuyas brillantes actuaciones les han valido, incluso, que sus filmes sean galardonados con el Oscar a mejor película extranjera.

Julia Jentsch es un ejemplo. Esta menuda y joven actriz alemana cautivó al público por su interpretación de la joven heroína Sophie Madeleine Scholl en “Sophie Scholl. Los últimos días”. Scholl, estudiante de la universidad de Munich y activista del grupo opositor antinazi “La Rosa Blanca”, es atrapada junto a su hermano tras imprimir una serie de panfletos pidiendo, tras el desastre alemán en Stalingrado, el cese de la lucha por parte de los ejércitos nazis en una guerra que no serán capaces de ganar. Jentsch, como aquella a quien interpreta, reluce más en medio de los gigantes escenarios (la universidad, el tribunal), buscando el sol que representa tanto al Dios de su fe cristiana como la reafirmación en la justicia de su causa. Sus diálogos con el inspector de la policía, firme y sin alteraciones, llegando a desquiciar verbalmente al propio agente, sobrecogen por su fuerza de verdad.

Jentsch comparte pantalla en nuestro primer filme auténticamente veraniego, “Los edukadores”, con un viejo conocido - viejo no por edad- por estos pagos: Daniel Bruhl. Junto a ellos, el joven de origen croata Stipe Erceg. Este trío de jóvenes precarizados en medio de una sociedad consumista y con jefes que conducen coches caros y viven en lujosas casas de los barrios más exclusivos de Berlín se convierten de noche en un grupo de pacíficos protestones que entran en las casas de los anteriores, sin robar ni destrozar nada, pero alterando el orden del mobiliario y la decoración, con objeto de someter al miedo y, más tarde, a la reflexión a estos potentados. Pero un día todo se complica cuando, en medio de estas maniobras, el dueño de la casa (el veterano actor Burghart Klaussner) irrumpe en escena y se ven obligados a secuestrarle. Se establece entre los cuatro un diálogo en el que el veterano millonario recuerda sus tiempos de revolucionario estudiantil y los jóvenes le reprochan su aburguesamiento actual. ¿Podrá la amistad que, sin embargo, va naciendo poco a poco, superar el conflicto que surgirá obligatoriamente el día después del secuestro? Por momentos amarga, por momentos hilarante, la película puede ser el reflejo de una generación cansada de las promesas incumplidas del progreso capitalista.

Brühl se dio a conocer en nuestro país y, prácticamente, en todo el mundo con “Good bye Lenin!” (lo que le abrió las puertas para otros proyectos internacionales como el desarrollado precisamente en España, “Salvador (Puig Antich)”, interpretando al joven anarquista asesinado por la Brigada Político Social). Actor alemán nacido en Barcelona, participó en un filme en el que él, junto con el director Wolfgang Becker, eran los únicos alemanes occidentales del elenco. Y la cosa tiene su aquel, porque interpreta al hijo de una mujer (Katrin Saas) que milita desde los años setenta en el SED, el antiguo partido único de la RDA. Una socialista de comportamiento ético intachable, algo utópica, gorbachoviana, que entra en coma al ver a su hijo ser golpeado por la policía en una manifestación contra el tambaleante régimen de Erich Honecker. Al despertar tras la caída del muro y sin saber que las dos Alemanias están en proceso de reunificación, Brühl, con las reticencias de su hermana (Maria Simon) y la inicial desconfianza de su novia, la enfermera rusa Lara (Chulpan Khamatova, a quien recientemente hemos podido ver en el film luso “América: Una historia muy portuguesa”) trata por todos los medios de que su madre siga pensando que viven en la RDA, pero en una RDA más parecida al pensamiento de su madre que al férreo régimen que habían conocido.

“Good bye Lenin!” aparece insertada dentro de una corriente denominada bajo el neologismo “östalgie”, que viene a significar “nostalgia del Este” (öst es Este en alemán). Muy al contrario es el tratamiento que se hace de la dictadura en la oscarizada “La vida de los otros” (Florian Henckel Von Donnersmarck). El retrato del procedimiento que sigue la policía para la seguridad del Estado (Stasi, en su acrónimo alemán) para vigilar al escritor Georg Dreyman (interpretado por Sebastian Koch) de quien se sospecha por su ideología heterodoxa, así como el veto que se realiza contra su mujer (Christa-Maria Sieland, encarnada por Martina Gedeck), amante del ministro de Cultura, a que pise un solo escenario más de la RDA al rechazar volver a tener sexo con él, salvo que colabore con las propias fuerzas de seguridad, es desolador. De esta situación sólo podrá salvarles la actitud, suicida y valiente a la vez, del implacable capitán Wiesler (Ulrich Muhe), encargado de la vigilancia de la pareja. La tensión en aumento (en el lenguaje; en los gestos, que por otro lado siempre son comedidos, casi de autómata, en el policía), el gris que rodea la calle, que aparece en la vestimenta de los policías, la opresiva luz blanca en el edificio de la policía, tanto en la clase de los nuevos reclutas como en la sala de interrogatorios… Hacen de él un filme auténticamente brillante.

Pero después de ese frío helador que nos ha recorrido el espinazo con “La vida de los otros”, retornamos al calorcito veraniego (que tampoco es excesivo allí en Prusia) para asomarnos al balcón de dos mujeres, Nadja Uhl (Katrin) e Inka Friedrich (Nike), protagonistas precisamente de “Verano en Berlín”. Vecinas que se convierten en amigas y que no terminan de encajar en una vida que lo que hace es encajarles bofetadas. Si se hubiera narrado como un dramón de sobremesa, hubiera resultado absolutamente infumable porque hubiera tenido mucho de cortarse las venas y de clamoroso pestiño. A la más joven la chulea un camionero que se ríe de su trabajo de asistente social y no abre los ojos a esa situación como pretende hacerle ver su amiga; pero al ver el caso de la otra, no sabemos quién está peor: no tiene un empleo estable, bebe y aunque quiere no es capaz ni de tener la pareja que desea ni de pasar el tiempo que querría con su hijo. Sin embargo, una sabia mezcla de comicidad, de gamberrismo verbal, de irreductibilidad y de complicidad entre las dos hacen de “Verano en Berlín” una película gratificante como su canción, “Gutten mörgen, sunshine!”, con la cual resulta imposible ponerse triste. Esperamos que este repaso al cine alemán de hoy haya sido de su agrado y no deje resaca. “Salutt!”

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