martes, 29 de noviembre de 2011

ESPACIOS


EL PALACIO ENCANTADO
EL PALACIO DE GAVIRIA, CONSTRUIDO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX, Y CON VARIOS USOS EN SU LARGA HISTORIA, VIVE HOY INMERSO EN UN PROCESO DE AGITADA TRANSFORMACIÓN - EL CIERRE DE LA DISCOTECA QUE OCUPABA EL RECINTO PALACIEGO Y LA ADQUISICIÓN DE LOS LOCALES DE LA GALERÍA COMERCIAL ADJUNTA PARA ACTIVIDADES CULTURALES Y ARTÍSTICAS MARCAN EL INICIO DEL PRESENTE SIGLO - HABLAMOS CON ALGUNOS DE LOS PROTAGONISTAS DE ESTA NUEVA ETAPA.

La entrada al Palacio de Gaviria saluda con una placa que recuerda su abolengo y su longevidad. Construido para el uso de uno de los miembros del gabinete de Isabel II (¿o tal vez de la regente María Cristina? Parece más bien de ésta última, pues a pesar de la precocidad de gobernanta de la “reina niña” no parece que concediera tales honores en fechas tan tempranas), en los últimos años no tiene la misma utilidad. ¿Qué noble o burgués potentado querría vivir al lado de Cortilandia en invierno o de las chanclas con calcetines en verano? Hoy existen para eso las urbanizaciones de La Moraleja, Majadahonda, Paracuellos (para “princesas del pueblo”…) o Ibiza (para hijos de baronesas con las que no se hablan y duquesas con subvenciones de la Unión Europea).
A un lado, la entrada a la discoteca que cerró sus puertas por razones misteriosas que no tardarán en ser aclaradas. El recinto palaciego en sí. Al otro, la galería comercial, posiblemente una de las más antiguas de Madrid, donde Olivia, una de mis anfitrionas, me comenta que aquí había unas colas kilométricas para realizar compras. “Debían ser los tiempos en los que sólo existían Galerías Preciados” (ya ha llovido, quizá lo recuerden los más viejos del lugar) “y esto”, observo. De un viejo esplendor que no puedo recordar porque no lo he vivido no quedan más que escasas tiendas de decomisos: relojes, radios, aparatos electrónicos cuyo abolengo fue célebre en tiempos pasados. Como el del ministro real.
Tomo el ascensor a la segunda planta. Realmente el montacargas, confusión que me lleva a pasar momentos de susto por el ruido que hace al subir. En La Perla Negra encuentro a Jacobo, un viejo amigo, junto a su novia. Les saludo con afecto. Como Luther King, ellos también tienen un sueño. Y su entusiasmo hace probable que lo consigan. Es un entusiasmo contagioso. En la planta de abajo, Jacobo me muestra el kiosco donde había una ya extinta tienda de relojes y en la que piensa abrir una tetería. El kiosco se abre frente a un espacio central, bajo la bóveda de la galería, sobre un suelo acristalado. “Aquí podríamos poner unas alfombras y unos pufs, incluso unas hamacas. Sería un punto de encuentro entre la gente que viene a los diferentes sitios”, comenta.
¿Sitios? No parece que haya mucho movimiento. Si las tiendas se están vendiendo, si no hay clientela, si hay crisis… Y es precisamente la crisis lo que está haciendo que los comerciantes tradicionales abandonen el lugar. Sus negocios ya no salen rentables y están vendiendo o alquilando los locales a gente joven, con nuevos proyectos, a unos precios que antes de la “burbuja inmobiliaria” serían inimaginables. Una escuela de claqué, un centro de artes marciales, una tienda de trueque, una sala de teatro como es La Perla Negra, una productora cinematográfica… Apenas queda nada de aquellos comercios que vendían, compraban y cambiaban videojuegos o tenían ofertas de camisetas, polos y prendas deportivas. Jacobo me sigue comentando: para su tetería tendría que hacer obras de toma de agua y de salida de humos. Mira al techo como quien mira al futuro. Sonríe después. Parece que nadie puede quitarle la ilusión del niño que espera la Navidad. Del techo, de la cúpula, cuelga también la posibilidad de que, dentro de poco, veamos a acróbatas circenses haciendo un número con cintas deslizándose y jugando con ellas. Lo veo con él. Los acróbatas se convierten en los duendes de este palacio encantado. Me gusta.
Volvemos a La Perla Negra. Anoto la información recibida en la salita de entrada cuando del interior surge Araceli. Esta alicantina de Denia, al revés que en la canción de Serrat, dejó el mar y se vino a los montes (a los pies, bueno más bien a estas uñas de la Sierra de Guadarrama que son los Madriles) para proseguir su pasión artística y escénica. Organiza talleres de mimo, clown, máscaras… en Matrix (o en el mundo real, según los ojos con que se quiera ver) se dedica a más o menos lo mismo: actriz, malabarista, maquilladora de “bodypainting”… Durante el descanso, la veo no parar un momento. Me comenta que en la propia Perla Negra van a reunirse los miércoles un grupo de poesía y su intención de colaborar en PAPARRUCHAS. ¿Quién puede negarse?
Pero, ¿cómo surge La Perla Negra? Olivia, actriz y animadora de fiestas infantiles, me explica que la idea surge de un grupo de actores y actrices que realizaban actuaciones en el Metro (¿“Noviembre”?) y querían tener un sitio donde reunirse. Sin embargo, los diferentes proyectos personales de cada uno fueron posponiendo el proyecto. Hasta que uno de ellos, Juanma, aterrizó en la escuela de claqué de la planta de abajo, que posiblemente sea uno de los lugares artísticos más veteranos en esta nueva vida del palacio, con sus dos años (obras incluidas) de andadura. Hay renació aquella vieja idea. Las gestiones junto con Andrés, profesor y propietario de la escuela, hicieron que finalmente se consiguiera el local donde hoy se ubica la sala, una antigua tienda de ordenadores a la que hubo que remodelar “with a little help from my friends” (The Beatles dixit).
Hoy en día han quedado atrás los tiempos en que doce y luego seis socios sostenían económicamente la sala. Los comienzos difíciles, de supervivencia gracias a la ayuda de amigos y del resto de comerciantes y emprendedores del palacio que acudían a ver los espectáculos, hicieron que se pasara el verano y que la sala pudiera enfrentarse al reto de convertirse en asociación cultural. El cambio de estación ha supuesto un giro de ciento ochenta grados. La programación de la sala, los ingresos por talleres y ensayos y la publicidad por diferentes medios (Internet, boca a boca…) ha hecho que el trabajo de sus miembros se haya visto recompensado y que, incluso, se haya abierto un nuevo espacio dentro del mismo recinto.
No todo el mundo pertenece al espectáculo en sentido estricto. Marc es un joven abogado y miembro también de La Perla Negra. Él me pone en conocimiento del porqué del cierre de la discoteca que ocupaba los aposentos del ilustre propietario. Al parecer, el exceso de aforo hizo que las autoridades precintaran el espacio ante el riesgo de un desastre poco menos que similar al de Alcalá 20 -la mítica discoteca ochentera en la que perecieron decenas de víctimas por un incendio- por causa de un derrumbamiento. Pero los propietarios de la misma esperan abrirla en breve e incluso han registrado la marca “Palacio de Gaviria”, de tal suerte que su uso como nombre comercial en panfletos propagandísticos para cualquier otro local sería objeto de pleito. Pero, de momento, hay un pleito que están perdiendo contra el tiempo: la cultura comercial -si ambos conceptos son compatibles- de la música de baile, las copas caras y el negocio está perdiendo frente al entusiasmo y la vitalidad de sus vecinos de al lado. La audacia sin medios de un palacio encantado.
 

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