DE BOLOS POR ALICANTE
GATA DE GORGOS
Concebida como un punto de encuentro, sobre todo para la numerosa colonia británica establecida en la región, y según se pudo comprobar en aquella sesión de canción de autor donde hubo de todo, siempre con buen humor (incluso en las peculiares traducciones al inglés del artista, y es que el idioma de Shakespeare no es fácil, menos cuando estás pendiente de guitarra, repertorio y de un público que tampoco domina la de Cervantes…), el lleno garantiza numerosas probabilidades de éxito para futuros proyectos encaminados a esta “integración de las artes” que concibe Julia. Puede ser -“why not?”- un punto de inflexión para colocar a Gata de Gorgos en el mapa.
En el exterior, conversamos con alicantinos -javienses como Araceli, expatriada a la capital del reino para proseguir con su formación artística y que colabora con otro espacio del que ya hablamos aquí, la sala “La Perla Negra ”- que exponen la problemática de desarrollar actividades culturales de corte “alternativo” en los pueblos de la Marina : el ayuntamiento, los recortes presupuestarios, las dificultades para que los artistas locales puedan darse a conocer, el desconocimiento por parte de los vecinos de otras propuestas… Pero, al tiempo, surgen las ideas. Es un análisis DAFO (Debilidades-Amenazas-Fortalezas-Oportunidades) hecho con la inmediatez del momento y la fuerza del entusiasmo (o de las cervezas en forma de pócima de Asterix, lo mismo da). Audacia sin medios. O más bien, sin miedos.
SAX
Reponemos energías alojados en la generosidad y la casa de Julia en Benidoleig, un pequeño pueblo del Montgó de nombre de reminiscencias árabes (como Benidorm, Benicassim o Benitatxell, el prefijo “Ben” recuerda al clan familiar de los fundadores, los “Ban-u” que lo establecieron) y tras pasar una velada entre guitarras, al calor de una chimenea y de una humanidad entrañable. Antes de partir a Sax, en el interior de la provincia de Alicante, entre Elda y Villena, nos acercamos al Mediterráneo invernal en Jávea. Dormitando, el mar pintado de azul en largas noches de invierno de Serrat asemeja una laguna mientras comemos sepia y pescaditos en el puerto. Con el estómago lleno y el tanque del coche lleno, partimos.
La casa rural donde tocará esa noche se encuentra en un pueblecito-pedanía-barriada, Santa Eulalia, que se nos aparenta un decorado de rodaje de la guerra civil. Ante la ausencia de gente en sus calles, nos preguntamos si estamos en un pueblo abandonado o si en cualquier momento se nos acercará una viejecita enlutada con pañuelo negro en la cabeza, quién sabe si camino de la misa o de un mitin de Pasionaria (en función de en qué manos esté el pueblo-decorado), rompiendo el continuo espacio-tiempo. La casa, eso sí, apartada de la ¿civilización?, es desde luego un oasis que por la noche se convertirá en una sala de conciertos.
Un fin de semana positivo, revitalizador, para nosotros, antes de incorporarnos a nuestra vida en el Matrix de la Villa y Corte. Encuentro con gente amable, descubrimiento de otra Alicante, distinta, posible, y disfrutando, como siempre, de la música y las canciones de un poeta ácido, amargo, salado y a veces dulce como Mario Boville. Va por (y para) ustedes.
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